01 July 2014

LA LIBERTAD ES LO PRIMERO

La utopía de la transformación de la vida cotidiana. Capítulo 1º

Iginio Ariemma

La juventud que queda


Bruno Trentin era recalcitrante en no hablar de sí mismo. Alguna cosa ha dicho en los últimos años, especialmente cuando se lo pedían los jóvenes. A Bruno le gustaba mucho un libro que yo promocioné y preparé en parte que titulé La gioventù che resta. Cuenta la historia de un joven comandante [de los partisanos de la Resistencia] de Giustizia e Libertà, Michele Ficco, que estuvo escondido en mi casa en Lingotto de Turín (1). Ficco liberó el palacio donde tenía su sede el partido fascista turinés, que después se convirtió en la Universidad y que ahora se llama Campana como la brigada partisana. A Bruno le gustaba esta historia no sólo porque le recordaba su juventud partisana sino porque había comprendido el mensaje, ya presente en el título, para los jóvenes de hoy.   Obviamente no se puede excluir que los grandes valores de la libertad, la democracia y la justicia se aprenden en el curso de la vida, pero es seguro que si se introducen de jóvenes a través de una experiencia concreta y de vida ya no se pierden.

De hecho, Bruno, continuó indignándose ante el abuso de poder y la injusticia, ante las cosas que no iban en el país y en el interior de la izquierda. Además nunca dejó de «investigar», de buscar y buscar para descubrir la vía para que la libertad de cada cual y de todos pudiese desplegarse plenamente.


El coraje de la utopía cotidiana


Conocí a Bruno hace muchos años. Si recuerdo bien fue en el 68, en el segundo bienio rojo como él lo llamaba. Después continuamos viéndonos en nuestro común peregrinar entre Turín, Venecia, Roma y durante varias tareas de trabajo que llevábamos entre manos, siendo los suyos más importantes que los míos.  Así se construyó una sintonía más cultural que política. Fue en los últimos años cuando esta afinidad se hizo más sólida y se convirtió en una afectuosa amistad, nutrida de un trabajo común y de una cotidiana relación. Bruno era el presidente de la Comisión de Proyecto de los DS, yo era el coordinador. Entre nosotros hablábamos de muchas cosas, no sólo de política, pero sobre todo de política.  Lo hacíamos con gran honestidad y claridad, superando la recíproca reserva que era una característica común. Sin el autocontrol sedimentado durante años en la larga experiencia del partido.  Pude conocerlo más de cerca y más profundamente. Estoy convencido que, a medida que se estudie su obra, emergerá no sólo su riqueza cultural, el espesor intelectual, sino también la fuerza de su pensamiento que, a mi juicio, ha sido uno de los más innovadores.  Cuando murió Trentin, Pietro Ingrao dijo que era un gran revolucionario.   

Es verdad que eso se refleja en la radicalidad de su pensamiento, en su no ortodoxia, en la capacidad de poner en discusión las categorías más consolidadas y en particular los lugares comunes, también en la manera que ejerció su dirección en el sindicato. Pero al mismo tiempo tenía en la mente que los cambios deben darse aquí y ahora, y son reales y duraderos  si proceden de abajo, de la sociedad civil.  Bruno tenía muy presente una enseñanza de Vittorio Foa que es el núcleo del reformismo: «A menudo un exceso de impaciencia hacia los comportamientos graduales revela la presunción de la propia centralidad en las relaciones con el mundo. La gradualidad es una atenta consideración hacia los demás, la necesidad de su concurso en la acción y la ayuda de los otros, de la gente requiere tiempo» (2).  Contrariamente era ásperamente crítico hacia toda forma de milenarismo y hacia toda perspectiva palingenésica. La «revolución» debe venir aquí y ahora y es, ante todo, un cambio de consciencia, una conquista de espacios de libertad para la persona y para todos.  En Il coraggio dell´utopia dice a Bruno Ugolini: «Creo que he llegado a la convicción de que la utopía de la transformación de la vida cotidiana debería ser el modo de hacer política» (3).


La ciudad del trabajo


Trentin ha trabajo toda su vida hasta la muerte en varios temas que son verdaderos nudos teóricos. Uno de estos, quizá el más relevante, es el trabajo.  En realidad tituló su libro más maduro La ciudad del trabajo. Salió en 1997, tres años después de cesar la secretaría general de la CGIL.

La ciudad del trabajo es su utopía; es como la ciudad de Dios de san Agustín y la ciudad del sol de Tomasso Campanella.  Cuando el 13 de septiembre de 2002 la Universidad Ca´ Foscari  de Venecia le distinguió con el doctorado honoris causa, la lectio doctoralis de Bruno fue sobre el tema «Lavoro e conoscenza» [Véase traducción española en http://baticola.blogspot.com.es/2006/07/trentin-doctor-honoris-causa-en-la.html]. Es una lección magistral porque, más allá de un análisis puntual y profundo de los cambios del trabajo y del mercado de trabajo en las sociedades de hoy, hay una apertura valiente y realista: de la necesidad de relacionar cada vez más el trabajo al saber a través de la formación permanente al imperativo de construir un «nuevo contrato social, inclusivo con un welfare efectivamente universal» para dar respuesta a la flexibilidad y a la precariedad en términos de certeza de derecho hasta la protección del envejecimiento activo.  No sé exactamente cuando maduró esta idea, pero su concepción del trabajo va a contracorriente del modo de pensar común de la izquierda. Escribe que «el trabajo es un instrumento de autorrealización de la persona, un factor de identidad y de cambio». De ahí que se opusiera, de manera intransigente no sólo a las teorizaciones que rechazan el trabajo y le niegan el valor (basta con recordar su áspera polémica con Lotta Continua y los grupos extremistas durante el otoño caliente) y a los más recientes que predican el fin del trabajo, desde Jeremy Rifkin a Dominique Meda.  

No estamos ante el fin del trabajo sino al cambio de su calidad, de su papel, de las razones mismas del trabajo. Escribe Trentin: «Los grandes cambios en curso que acompañan al agotamiento de la era fordista marcan el ocaso del concepto de trabajo abstracto, sin calidad –la idea de Marx y el parámetro del fordismo--  para que el punto de referencia de una nueva división del trabajo y de una nueva organización de la empresa sean el trabajo concreto y la persona que trabaja.  La misma flexibilidad del trabajo se interpreta en la lectio doctoralis con realismo, es decir, como el producto de los cambios: la introducción de las nuevas tecnologías, la rapidez y la frecuencia de los procesos de innovación y reestructuración que «tienden a ser no ya una patología sino la fisiología de la empresa».  Pero, ¡atentos! –dice--  no hay que convertir la flexibilidad del trabajo en una ideología; hay que comprender que va acompañada de un «enriquecimiento y una constante recualificación», de un nuevo contrato social que garantice, ante todo, la formación permanente además de la seguridad en el salario presente y futuro.  De ahí la importancia del saber y, sobre todo, del ligamen entre trabajo y conocimiento, tanto para evitar la aparición de nuevas desigualdades y nuevas jerarquías entre quien dispone de saberes y quien ejecuta como para determinar una nueva unidad del mundo del trabajo y para extender la  libertad en las relaciones de trabajo. 

Es un derrocamiento total con respecto a la concepción tradicional de inspiración socialista y también de la social-cristiana que considera el trabajo como necesidad y fatiga, como «sufrimiento ennoblecido», que precisamente por su naturaleza debe ser resarcido y tutelado a través de una política social redistributiva.  Pero que se detiene ante el concepto de trabajo como liberación de la persona humana.


Ante todo la libertad


«Incluso en la historia del llamado conflicto distributivo la verdadera apuesta ha sido la libertad». Así empieza su último libro, en noviembre de 2004, que tiene significativamente el título de La libertà viene prima (4) [Están traducidos al español en  http://baticola.blogspot.com.es/2006/12/elogio-de-bruno-trentin.html].  Lo primero es la libertad en todo, incluso con relación al salario, en la organización del trabajo y  en la sociedad.  

Para Trentin la libertad es capacidad y posibilidad de autorrealización y, en primer lugar, libertad en la relación del trabajo. Que la libertad sea lo primero significa que no puede reenviada al “después”: primero la conquista del poder, después la libertad, tampoco lo primero es la igualdad y después la libertad. Esta es la gran originalidad de su pensamiento con respecto al tradicional socialista. Escribe Trentin: «No se puede concebir el desarrollo histórico y el de las fuerzas productivas como una sucesión de etapas donde es obligatorio ser esclavos de una evolución social para que la democracia y el estado de derecho se afirmen solamente en un determinado estadio de civilización y progreso económico.

La democracia y la libertad son necesarias también en los países menos desarrollados donde todavía no se han desarrollado la revolución liberal. Porque también son factores de crecimiento y desarrollo. Es lo mismo que propugna Amartya Sen. La afirmación de la libertad es necesaria tanto más en los países que se declaran socialistas. La reflexión de Trentin sobre estos aspectos toma cuerpo en 1956 tras la revolución húngara y la invasión soviética, que el condenó. Pero madura con su ponencia en el seminario sobre el capitalismo italiana de 1962. Ahí polemiza con Giorgio Amendola con quien tenía antiguas relaciones de afecto cuando de niño lo conoció en Toulouse junto a  Nenni. Amendola, Nenni y su padre, Silvio, construyeron el pacto de unidad de acción antifascista.  La polémica concierne al análisis del capitalismo italiano que no estaba solamente retrasado  y pobre, sino --según Trentin-- también tenía cotas altas (el neocapitalismo), que debían atacarse desde la condición de trabajo. En esta ocasión Bruno estudia el pensamiento social-cristiano, particularmente el personalismo de Maritain y Mounier, quienes «contestan, desde la raíz,  el carácter objetivo y científico del taylorismo que niega la persona como entidad compleja e indivisible con su potencialidad creativa y una innata libertad de elección».  Queda fascinado, sobre todo, por el pensamiento de Simone Weil sobre la condición obrera, sobre la relación entre el taylorismo autoritario en la fábrica y el totalitarismo y entre la alienación del trabajo y el atomismo y la anomia en la sociedad.   

Obviamente poner en primer plano la libertad y no la igualdad no significa para Trentin desconocer el alcance de la conquista de los derechos sociales universales. Tales derechos son los espacios en que todos, y sobre todo los más débiles, los que menos tienen, pueden ejercer concretamente la libertad de la persona.

Trentin entiende, al igual que Berlinguer, que es necesario edificar desde el principio «elementos de socialismo» que son los derechos, la igualdad de oportunidades, el welfare community, el control de la organización del trabajo, la formación permanente… Lo que critica con mucha aspereza es el igualitarismo abstracto que produce desastres: tanto cuando expresa una perplejidad sobre la abolición del trabajo a destajo, pero no sobre el sistema Bedeaux a mitad de los años cincuenta tras la derrota de la FIOM en la FIAT como cuando se bate contra los aumentos iguales para todos en el convenio de los metalúrgicos en 1969 quedándose en minoría o en el 75 que fue contrario a la unificación  del punto de contingencia de la escala móvil. Se opuso a todo ello porque, en todos estos casos, porque vio en lo abstracto del igualitarismo nivelador una señal que se ofrecía a la patronal para dividir a los trabajadores, especialmente a través de los incrementos de productividad  no negociados afirmando sus razones de fondo.

Del sindicato de los consejos al sindicato de los derechos y de programa

El instrumento principal que conjuga la libertad y el trabajo, sin lugar a dudas, es el sindicato. Cuando se licenció en Padua (en el año académico de 1948 – 1949), Bruno se encontró ante dos opciones: o ir al Gabinete de estudios de la Banca Comérciale, entonces presidida por el gran Raffaele Mattioli o en el Gabinete de estudios de la CGIL.  Sin ninguna duda optó por la segunda convirtiéndose en uno de los líderes sindicales más prestigiosos. Di Vittorio tuvo una gran influencia en Trentin. Este recordaba siempre que con él aprendió el abc de la vida sindical. En primer lugar, la autonomía del sindicato en sus relaciones con la patronal, del poder y del partido. No sólo en Italia sino también en todos los países donde gobernaba el Partido comunista.  En segundo lugar, el sindicato no debe ser obligatorio ni único. Debe tener plena libertad de adhesión y de formar nuevos sindicatos. Es esencial que sea democrático en su interior. Tercero, el sindicato debe tener como brújula la unidad de los trabajadores y, de ahí, la unidad entre varios sindicatos. Sin unidad la autonomía es solo aparente. Cuarto, el sindicato es un proyecto político autónomo que «rechaza toda división de tareas entre él mismo y el partido». Se recuerda que Bruno participó en la elaboración del Piano del lavoro y en el Estatuto de derechos del trabajador a principio de los años 50, las iniciativas políticas más importantes de la CGIL de Di Vittorio.  Trentin siempre se atuvo a estos principios.

Uno de los periodos más significativos de su experiencia sindical fue como secretario general de los metalúrgicos. Bruno es seguramente el teórico del sindicato de los consejos. Como es sabido, fue un sindicato muy enraizado en la organización del trabajo con los delegados y consejos de fábrica, abierto a todos los trabajadores, no solamente a los afiliados. Los delegados de fábrica expresan una nueva cultura de la negociación colectiva y de la tutela de los derechos de los trabajadores que no se limita solamente a la pura reivindicación salarial. Negocian no solamente las condiciones concretas de trabajo (ritmos, tiempos, horarios, salud…) para cambiar y humanizar pronto el modo de trabajar sino que ponen en discusión el monopolio de la decisión de la empresa y managerial. Fue una experiencia diferente de la ordinovista de los consejos de 1919 – 1920 y de la que se dio en la postguerra con los consejos de gestión. Los delegados y los consejos de fábrica son, a todos los efectos, instrumentos e instancias del sindicato unitario y de la federación de los trabajadores metalúrgicos. No fue cosa fácil, porque encontró en el sindicato y, sobre todo, en el PCI contrariedadades, resistencias, incomprensiones o comportamientos de desentenderse del tema.

Lo recuerdo bien porque yo dirigía entonces la federación comunista de Torino. La Fiat, junto a la Zoppas-Zanussi de Conegliano, fue uno de los laboratorios más cercanos y avanzados de aquella experiencia.  Trentin siempre defendió los consejos. Pero, fiel a su costumbre, no se detuvo en ello. Cuando en 1988 es elegido secretario general de la CGIL repiensa el sindicato ante los impactantes nuevos procesos que sacuden el país y el mundo.

La conferencia programática de Chianciano (abril de 1989) es otro de los grandes momentos de su pensamiento e iniciativa. En su informe son muchas las novedades en el análisis y en la propuesta. Ya en su título sitúa el sentido de hacia dónde Bruno quiere conducir al sindicato: «Por una nueva solidaridad redescubrir los derechos, repensar el sindicato». Aquí afronta casi todos los nudos no resueltos de la política sindical: la relación entre desarrollo, naturaleza y medioambiente, la política de rentas, la necesidad de abordar en términos nuevos la negociación, la democratización de la economía y de las empresas.  Pero mayormente insiste en dos puntos: el sindicato no debe ostentar que actúa para la clase, debe hacerlo para la persona. En segundo lugar debe hacerse portador de los derechos universales y ser uno de los protagonistas principales de la sociedad civil con su propio programa  de sociedad, superando así los límites propios de la política sindical.  La autarquía del sindicato y la llamada autonomía de lo social –Trentin lo sabe perfectamente y lo escribe— son algo inconsistente y pueden conducir, en definitiva,  a la subalternidad y al maximalismo.  


La izquierda y el partido


De lo dicho hasta ahora me parece bastante claro qué pensaba Trentin de su relación con la política. Bruno tenía una gran pasión política, pero la consideraba como construcción de democracia y de justicia; para construir libertad como decía Hannah Arendt. Como un   proceso que tenía su fuerza y legitimación no en lo alto sino abajo. De aquí su crítica sin reservas a las teorías de la autonomía de lo político. Ésta, sin referencias a la realidad social, significa que sólo se debe considerar las alianzas y las orientaciones, cayendo inevitablemente en la principal anomalía de la política italiana: el transformismo.

Bruno era un hombre de programa y contenidos. No ciertamente de imagen. Rossana Rossanda, tras la muerte de Trentin, escribió un artículo en Il Manifesto  diciendo que «no facilitó ni se opuso al giro de Occhetto». Es más, que Bruno habría sido «externo» a ello, igual que lo fue en el undécimo congreso cuando fueron expulsados los ingraianos y en el 70 cuando fueron expulsados los del Manifesto (5).  Me resulta difícil responder a ello, pero puedo decir a toro pasado que, en lo atinente al giro de Occhetto, no es totalmente cierto.  Trentin, tras el anuncio de la Bolognina, se esforzó en una batalla política –lo recuerdo bien--  para que aquel cambio no fuera solamente de nombre sino de objetivos, de contenidos  y un nuevo proyecto de sociedad.  Realmente propuso que el congreso sobre la constitución del nuevo partido fuera precedido por una especie de congreso programático. Pero se hace lo contrario: primero el congreso sobre el nombre del partido; después la conferencia programática que, obviamente, fracasa.

Entonces, Bruno realiza otro acto de gran alcance antes del congreso de marzo de 1990 con el acuerdo de Occhetto: disuelve la corriente comunista de la CGIL para evitar que el debate lacerante del partido tuviera efectos nefastos en la misma CGIL.

Bruno siempre participó atenta y rigurosamente en todo lo que sucedía en el partido. Hasta el final. No tenía objeciones de principios ni reservas hacia el Partido Democrático. Veía con buenos ojos los procesos unitarios que se estaban dando en el Ulivo y para el Ulivo. Por lo demás, la convergencia entre la izquierda y el mundo católico y cristiano más democrático y progresista fue una de las brújulas principales de su acción en el sindicato y en el partido. Pensaba, sin embargo, que el proceso de unificación debía tener la necesaria gradualidad y contar con momentos federativos para permitir una convergencia real y una unidad sobre las opciones de proyecto. 

Sin duda, Trentin era crítico en los debates de la izquierda. «La izquierda --escribe en "LA CIUDAD DEL TRABAJO"--  debe tomar consciencia de la crisis de identidad que la recorre, que es muy anterior al definitivo fracaso de la experiencia del socialismo real». Y añade: «La izquierda debe liberarse de la cultura fordista, desarrollista y taylorista en la que se empeñó desde hace tiempo. Si no lo hace estará definitivamente condenada a sufrir una segunda revolución pasiva más grande y de una mayor duración de aquella que lúcidamente analizó Antonio Gramsci en los años veinte». 

 

Pero no veía las señales de ese repensamiento. Veía que una parte de la izquierda, que tenía una «devoción atávica», insensata, a una tradición ideológica que ya no tenía base, y por otra parte una izquierda solamente orientada a las alianzas y las orientaciones que Bruno calificaba como «el pragmatismo de la gobernabilidad».   Y que, cuando se ocupaba de los contenidos y de los programas, caía en una especie de un «acomodamiento transformista a la modernización», es decir, a plantear objetivos y planteamientos incontrastables que son sombríos, ambiguos y contradictorios.  

 

Su pesimismo aumentaba día a día como pude constatar directamente. Pero no dejó de sentirse parte y dirigente del Partido comunista. ¿Por qué? ¿Cómo se explica? Ya he recordado que su acercamiento al PCI fue en 1948 tras la disolución del Partito d´Azione y oficialmente se afilió en el 50 después de su entrada en el Gabinete de estudios de la CGIL. La explicación está, al menos en parte, en aquella cita de Foa que he recordado más arriba.

 

Si había alguna cosa que molestaba a Bruno –o lo que más le fastidiaba— era pensar o ser considerado como el centro del mundo o una mosca cojonera. Una cosa es tener sus propias ideas, luchar hasta el final por ellas, no ser ortodoxo y Bruno no lo era ciertamente;  otra cosa es la banalidad del anticonformismo, la pobreza cultural del desacuerdo prejuicioso, no comprender el valor de la organización que es uno de los principales instrumentos de que dispone la clase más pobre y, en particular, la clase trabajadora con su «extraordinaria ansia de conocimiento y libertad» que –recordaba descubrió siendo joven. El sindicato es organización y también el partido. La contraprueba de cuanto he dicho es el modo con que ejerció su leadership  cuando fue llamado a ser el número uno. Riccardo Terzi ha escrito que Trentin «nunca intentó imponer el decisionismo exclusivo del líder», ni mucho menos «alterar las  reglas de la democracia interna» para hacer que prevalecieran sus ideas.  Fue un «dirigente que quiso decidir sólo mediante el consenso y la racionalidad», asumiendo todo el peso de una elección difícil (6). Ello lo demostró con el acuerdo del 31 de julio de 1992, tan cacareado tras su muerte, como testimonio de su alto sentido de la responsabilidad en relación al Estado, las Instituciones e Italia.  Cierto, pero se ignora que Bruno vivió aquel episodio como una derrota personal de la autonomía y de la unidad sindical. De hecho, tras haber firmado el acuerdo presentó la dimisión ya que la firma no se correspondía con el mandato de la CGIL y no fue posible consultar a los trabajadores. Sin embargo, su dimisión puso las bases de su recuperación y venganza: fue un año más tarde con el gobierno Ciampi y el acuerdo sobre la «concertación» en el que se reconocieron el papel del sindicato en el interior de los centros de trabajo y la negociación en la empresa, unas funciones que Amato rechazó.  



Los últimos años


Los últimos años de Bruno le fueron duros. Escribe mucho: artículos, ensayos, libros, concede entrevistas. Como si quisiera liberarse de un ansia que mira el presente y también el futuro. Pensar y escribir fur ewig, para la eternidad, habría dicho Antonio Gramsci. Durante este periodo reafirma claramente su europeísmo. No solamente porque fuera elegido como eurodiputado. El suyo era un europeísmo natural, naturaliter, dada su fuerte raíz francesa y sus múltiples relaciones en toda Europa y en todo el mundo. Mi sensación es que en estos últimos años se acercó cada vez más a aquel Liberare e federare, que es el corazón del pensamiento de su padre, Silvio Trentin. Cuando se lo dije no me respondió ni sí ni no, se limitó a sonreír. Andrea Ranieri ha escrito que Bruno, en sus últimos años de su vida, era un «hombre solitario» a pesar del afecto de sus amigos. Especialmente, tras finalizar su mandato en el Parlamento europeo.  Sigue Ranieri: «Estaba sólo respecto a las modalidades más corrientes de la política, sólo con respecto al debate mediático, sólo con relación a los centros donde se decidía» (7).

La comisión de proyecto del DS, que presidió con esperanza y gran competencia produjo materiales excelentes para Italia y Europa, pero tuvo una resonancia limitada, en primer lugar dentro del partido. Sus contenidos, la concreción de sus objetivos con la idea de medir el apoyo y la fuerza del partido probablemente interesaban a pocos.  A los demás solo le interesaban por lo general el juego de los espejos autorreferenciales y los tópicos mediáticos.  No obstante, Bruno nunca tiró la toalla. Continuaba escribiendo, concediendo entrevistas, participando en seminarios y reuniones; seguía exponiendo sus ideas. 

Según mis informaciones su última intervención fue sobre un tema de gran actualidad: el racismo y la necesidad de una política de integración de los inmigrados. Lo hizo viva y concretamente, tal como le había enseñado Di Vittorio. Esto es, partiendo de la  experiencia propia y de la de millones de emigrantes obligados a dejar su país.

Habéis comprendido que me falta Bruno. Lo extraño mucho. Sobre todo, me falta su sonrisa, la de la boca y los ojos, con el que –mudo y casi inmóvil, tan fuerte y siempre tan tieso como un árbol de sus montañas--   me recibió en el hospital. Una profunda sonrisa, tierna, afectuosa, sin ninguna reserva, ni aquella brizna de reserva que  había entre nosotros.

Notas

1) Michele Ficco, La gioventù che resta. Storia del partigiano Michele e della brigata e del
palazzo Campana, a cura di Massimo Rostagno, prólogo di I. Ariemma, Editori Riuniti,
Roma 2005.

2) Vittorio Foa, Il cavallo e la torre, Einaudi, Torino 1991


2) Vittorio Foa, Il cavallo e la torre, Einaudi, Torino 1991, p. 370.

3) Bruno Trentin (con Bruno Ugolini), Il coraggio dell’utopia. La sinistra e il sindacato
dopo il fordismo, Rizzoli, Milano 1994, p. 250.

4) Bruno Trentin, La libertà viene prima. La posta in gioco nel conflitto sociale, Editori
Riuniti, Roma 2004.

5) Rossana Rossanda, Molto vicini e molto lontani, en Il Manifesto, 25 agosto 2007.

6) Riccardo Terzi, dactiloscrito, septiembre 2007

7) Andrea Ranieri, Un uomo intransigente, nemico dei luoghi comuni, PD, Octubre – noviembre de 2007.



Traducción de José Luis López Bulla