19 July 2014

EL EUROPEÍSMO «NATURAL» (DE BRUNO TRENTIN) EN LA PRUEBA DEL PARLAMENTO EUROPEO

Iginio Ariemma


 En 1999, cuando los Democratici di Sinistra le propusieron como candidato al Parlamento europeo, Trentin escribió en su diario: «Estoy muy inquieto y angustiado por la opción que he tomado aceptando la propuesta , después de muchas reservas … Ha prevalecido el sentimiento de dar testimonio…». Y prosigue: «Desconozco qué me depara este futuro nebuloso en una situación política (y humana) cada vez más viscosa y desmoralizante, tan orientada a los miserables juegos de poder y al seguidismo de las lepras modernista y neoliberal … Vivir con serenidad se convierte en un esfuerzo duro de cada día igual que vencer la angustia y el desencanto. Quizás por ello he aceptado la apuesta del Parlamento europeo y de una campaña electoral que me aterroriza». Sin embargo, el Parlamento europeo le apasionó y ganó la apuesta consigo mismo. Tenía 73 años. Desde 1999 hasta 2004 estuve con él durante esos cinco años de gran intensidad de elaboración y combativa vitalidad. 

Sin embargo, no tenemos todos los diarios de estos años. Se los robaron en París durante un seminario, y junto a su enorme bolsa que siempre llevaba estaban los diarios de dos años: los de la campaña electoral y el del inicio de la legislatura hasta mayo de 2001. Le debían servir como apuntes para su intervención. Nunca los encontró. Cuatro son los temas que prevalecen en sus reflexiones en los últimos años: el trabajo y el conocimiento; el reformismo que abandona todo intento de cambio (su reformismo revolucionario) y se orienta hacia el transformismo político; la contradictoria aparición no de la socialdemocracia ahora ya al final, sino del socialismo liberal; el riesgo del reflujo del movimiento cooperativista y del sindicato mismo en la lógica capitalista. Durante ese periodo he estado con Bruno, trabajando diariamente a su lado en la Comisión de Proyecto de los Democratici di Sinistra del que Trentin era presidente, elegido en el congreso de Pesaro en 2001 y yo su coordinador. Ahí pude conocer de manera más directa sus ideas y comportamientos aunque nos frecuentábamos desde hacía muchísimos años, al menos desde el otoño caliente turinés. Bajo la dirección de Trentin la Comisión elaboró el Manifiesto por Europa, editado a principios de 2004. Pero, con gran amargura de Bruno Trentin, tuvieron poco eco en el partido, y sobre todo no crearon cohesión unitaria entre las corrientes y diversas orientaciones. 

 El europeísmo federal «en la sangre» Vittorio Foa, que conocía bien a Bruno desde los años de la guerra partisana, me invitó en uno de sus últimos coloquios a estudiar y profundizar en el europeísmo de Trentin, que según él, era original, a partir del modo con que concebía la unificación europea. Tiene razón Foa. El europeísmo de Trentin es, por así decirlo, natural si bien robustecido por su intensa experiencia de vida. Creo que cuando entró en el Parlamento europeo no se sentía un extraño. Tengamos en cuenta que frecuentaba Bruselas como miembro de la Confederación Europea de Sindicatos. Por otra parte llevaba en la sangre la cultura europeísta y federalista como confesaba cuando salía, raramente, de su antigua reserva. Su padre, Silvio-- y en general el ambiente de Giustizia e Libertà y el Partito d´Azione-- es seguramente uno de los federalistas europeos más grandes. Tanto es así que la Lega Nord se lo reconoce intentando suplantarlo. Es un federalismo original, que se diferencia del Manifesto de Ventotene, de Altiero Spinelli, porque va de abajo hacia arriba, es decir: de las autonomías del trabajo y territoriales y, de ahí, a los Estados nacionales y después a la Federación europea. Y porque es un federalismo no solamente institucional sino estructural, integral: un diseño de un orden nuevo económico y social que concilia la libertad individual con la socialización y planificación de la economía. […] En su esbozo de la Constitución de Francia, escrito cuando era en Toulouse el jefe del movimiento Libérer e Féderer, que él fundó, están ya esas ideas. Igualmente en un ensayo titulado Le dialettiche determinante e gli sbocchi politici e instituzionali della rivoluzione antifascista europea, escrito en la clínica poco antes de morir. Debemos tener presente que, según Usula Hirschmann, la mujer de Spinelli, Silvio Trentin conocía desde 1942 del Manifesto di Ventotene. Uno de los primeros artículos de Bruno, publicado en el semanario del Partito d´Azione, Giustizia e Libertà, el 21 de octubre de 1945, cuando tenía menos de 19 años, titulado Esperienze federaliste, es crítico con el movimiento federalista europeo, aunque compartiendo sus objetivos, porque tiene una mentalidad aristocrática y minoritaria y no engloba en la batalla europeísta a los partidos de masas particularmente el Partido comunista. 

Ya de de viejo Trentín volverá a Spinelli participando activamente, como parlamentario, en el grupo que se reunía periódicamente en torno a la figura y las ideas del gran federalista. Más allá de su nacimiento en Gascuña, a su doble nacionalidad, a su formación en una familia cosmopolita, en el centro del internacionalismo europeo (recordaba bromeando que había conocido a gran parte de la futura clase dirigente italiana –desde Giorgio Amendola, a Nenni, Lussu, Salvemini, Nitti y gran parte de la dirección de GL-- «en la mesa camilla»), lo que contribuyó a «despertarle» la dimensión europea, como obligada y prioritaria, fue la experiencia sindical que emprendió desde 1949 en el Gabinete de estudios de la CGIL y al lado de Giuseppe Di Vittorio. El proceso no fue lineal. El periodo más difícil fue el de la guerra fría. Y fue determinante la posición de condena de la represión soviética de la revolución húngara en 1956 por su parte y de la secretaría de la CGIL en abierto desacuerdo con el PCI donde militaba (era responsable de la célula comunista del sindicato). Una condena que siempre mantuvo, aunque no se diera de baja del PCI que le hizo consciente de ser un hereje, a pesar de que el partido italiano estaba abierto a la innovación y al debate democrático. Artífice del sindicalismo europeo Trentin en aquel periodo tampoco dudó en nadar a contracorriente. Estudia la realidad tal como es: la CECA, elabora un estudio en 1952 sobre el Plan Schuman que permite a Di Vittorio pedir un aplazamiento que permita el reforzamiento de la industria siderúrgica nacional, el Mercado Común, la Comunidad Económica Europea… Se interroga sobre la Comunidad Europea de Defensa y sobre su oportunidad. Viaja mucho: a los países europeos, también a los Estados Unidos en 1947 que había conocido cuando estuvo en la Universidad de Harvard gracias a una beca. En la URSS y los países de la Europa del Este, en la China poco después de la victoria de Mao; en los primeros países de Africa que se liberaron del colonialismo. Particularmente estudia el capitalismo internacional, las culturas y teorías de referencia. Capta el jugo innovador y positivo, y pone en discusión las antiguas ortodoxias de la Vulgata marxista: el empobrecimiento absoluto y creciente de las masas trabajadoras y la visión catastrofista y determinista de la crisis capitalista. Subraya la realidad innovadora del neocapitalismo y el positivismo teórico y práctica del progreso técnico y científico. Lo anota todo en pequeños cuadernos que recientemente hemos encontrado en su casa. Esta investigación se concreta en las ponencias que presentó en los seminarios del Istituto Gramsci: el primero en 1962 sobre el capitalismo italiano; el segundo en 1965 sobre el capitalismo europeo. Las dos ponencias tienen un amplio eco, no sólo en la cultura subyacente, el conocimiento muy extendido de los procesos de la literatura mundial sobre el tema sino también para la crítica no reticente de la infravaloración de las mutaciones del capitalismo italiano y mundial y de los procesos de integración europea por parte de la izquierda, el movimiento sindical y muy significativamente del PCI. Se esforzó tenazmente por la construcción del sindicato europeo y por una plataforma común mediante los comités unitarios entre la CGIL y la CGT francesa que, en verdad, no consiguieron gran cosa; en la lucha interna por la democratización de la FSM y, sobre todo, a través del diálogo y el debate con las organizaciones sindicales de orientación socialdemócrata y cristiana, que llevará a la adhesión de la FLM a la FEM y de la CGIL a la Confederación Europea de Sindicatos en 1973. En estos años inicia su diálogo con el personalismo cristiano de matriz francesa y muy particularmente con Jacques Délors. Es un diálogo que será más intenso cuando Délors presida la Comisión ejecutiva de la Comunidad Europea. Es el periodo del llamado «Diálogo social» y del «Libro Blanco» sobre el desarrollo y el empleo. Bruno participa en primera persona. Mucho más todavía cuando es elegido secretario general de la CGIL en 1988. Se convierte en promotor del programa europeo de la CGIL y del sindicato de los derechos y de la solidaridad con dimensión continental; se bate por una «estrategia europeísta de las izquierdas» poniendo en el centro los derechos individuales y colectivos de los trabajadores; y exige a la CES que se haga protagonista de la batalla de la unificación de la Unión. Son los años del tratado de Maastricht, de 1990 a 1993, cuando se ponen las bases de la moneda única y se da un nuevo paso adelante en la integración europea. Bruno Trentin, junto a Carlo Azeglio Ciampi, que siempre lo ha reconocido, fue determinante sosteniendo este proceso y muy particularmente la entrada de Italia en el euro. Ciertamente, Bruno Trentin ha sido uno de los mayores artífices del sindicalismo europeo. 

Para él el futuro del sindicato era europeo. Incluso llegó a plantear en algunas reuniones que la CGIL debía renunciar a la i (de italiana) por dos motivos: para iluminar que no sólo era una cuestión de futuro sino de hoy que el papel de las confederaciones estaba en Europa; y, en segundo lugar, para darse una manera más fácil y adecuada la representación sindical ante esa oleada de inmigrados que trabajan o vienen a trabajar a Italia. En el Parlamento europeo La legislatura del Parlamento europeo (1999 – 2004), en la que participó Bruno Trentin, fue una de las más importantes de la vida de la Unión Europea. Europa estaba en una encrucijada decisiva para su futuro. Después del hundimiento de la Unión Soviética y del comunismo se ponía el problema de la ampliación a los países del Este y simultáneamente estaba la exigencia de dar más solidez a la Unión mediante una mayor integración política. Las personalidades más conscientes tenían la convicción de que había que proceder a una refundación ideal e institucional de la Europa unida en dirección a los Estados Unidos de Europa, el antiguo sueño de los federalistas, creando una legislatura constituyente. 

Dos temas se entrecruzaban. De una parte, el proyecto de Constitución que debía elaborarse con un papel casi constituyente por la Convención de Bruselas formada por eurodiputados y nacionales y miembros de la Conferencia intergubernamental. Este proyecto estaba precedido por la Carta de los derechos fundamentales de Niza y es la base de la ciudadanía europea. Por otra parte, la ampliación de la Unión de 15 a 25 y, después 27. Con todos los problemas conexos, especialmente sobre el plano económico y financiero, dados los diversos niveles de desarrollo. En mayo de 1998 se aprobó la unificación monetaria. Al inicio de la legislatura, junto a la unificación monetaria que entrará en vigor en enero de 2002, estaba en discusión el llamado programa de Lisboa que prefiguraba un nuevo modelo de desarrollo basado en la economía del conocimiento. Bruno Trentin que percibió sus límites e insuficiencias, exigió Lisboa continuamente a lo largo de todo el quinquenio, a menudo en polémica con la excesiva rigidez del Pacto de estabilidad que se derivaba de los parámetros del Tratado de Maastricht. Hacía tiempo que Bruno estaba convencido que los procesos de mundialización –y lo que definía como tercera revolución industrial con la irrupción de la informática y las nuevas tecnologías-- comportaba una transformación profunda de la economía y del trabajo. Europa podía tener un papel de primer plano no solamente en los países más atrasados sino también en el diálogo con los Estados Unidos, donde se estaba refundando el modelo de desarrollo con inversiones masivas en la investigación, en la enseñanza, en el conocimiento y se relegitimaba el trabajo. Sobre estos temas, en los que su elevada competencia intelectual era apreciada por los representantes de la izquierda europea y también por los del resto de las fuerzas políticas, trataron mayormente sus intervenciones en el Parlamento europeo. 

 Hay que destacar que su visión iba más allá de la reivindicación de la Europa social que plantea la mayoría de la izquierda, sobre todo la sindical. «No me convence la definición de Europa social», dijo Trentin en una entrevista en septiembre de 1998 cuando todavía estaba en el sindicato, antes de ser diputado europeo. Trentin añadió que «la encontraba reduccionista». Porque veía esta definición como defensiva y, en última instancia, corporativa; además, no se planteaba los nuevos problemas de la hegemonía del fordismo, primero, y de la crisis de fordismo, después. Sin embargo, el desafío era el de la Europa política, es decir, el trabajo hacia un proyecto político europeo que soldase el hilo entre las instituciones y la sociedad. Tras la ampliación y la reforma institucional, dijo: «el primum es la reforma» (1). Coherentemente, en los años sucesivos, luchará a favor de la propuesta de Jacques Délors, la «cooperación reforzada» entre las naciones fundadoras de la Unión. Una cooperación reforzada que no fuese un bazar (ésta es también una expresión de Délors) que Bruno valoraba mucho y una auténtica vanguardia para dar, ante todo a los países de la zona del euro, un gobierno político de la economía, una política exterior y de la defensa común. «El ritmo, subrayó, se puede ver; lo importante es comenzar, abrir un camino». 

 El periodo crucial va del 11 de septiembre de 2001 a marzo de 2003. Se ha desarrollado desde entonces lo que Giorgio Napolitano definió «el incierto futuro de Europa» (2). La guerra de Irak, en respuesta al atentado de las Torres Gemelas de Nueva York, significó una enorme presión en el debate europeo dividiendo drásticamente los gobiernos, las fuerzas políticas y sociales o, por lo menos, confundiendo el objetivo de la Europa política. Baste recordar la llamada «coalición de la voluntad», que dividió el frente occidental. Trentin estaba decididamente en contra de la guerra preventiva y especialmente contra la exportación de la democracia mediante la guerra preventiva. De ello eran partidarios Bush y el gobierno inglés de Tony Blair. «Yo no estoy contra el uso de la fuerza –dijo Trentin-- cuando se trata de defender la democracia, sobre todo ante el ataque de una potencia extranjera. Como lo fue en España en 1936. O para impedir la masacre de una población o defender la supervivencia de una minoría. Cuando el recurso a la fuerza venga bajo la decisión de la ONU y con las reglas del derecho internacional. Nunca he olvidado que, cuando era niño, nos manifestábamos en Francia durante la guerra de España. Yo gritaba con todas las fuerzas de la izquierda: «¡Cañones, aviones para la España republicana!. España que era bombardeada por los aviones italianos y alemanes. Pero la guerra de Iraq es otra cosa». Bruno tenía los pies bien puestos en la Constitución italiana y en su artículo 11. 

Él fue plenamente consciente desde el inicio de que el nexo entre ampliación y proyecto constituyente se complicaba mucho más con la guerra y la ofensiva neoliberal. Como es sabido, la salida no fue satisfactoria, a pesar del esfuerzo de Romano Prodi, siendo presidente de la Comisión ejecutiva de la Unión: se dio la ampliación a los países del Este, pero con la prevalencia de una política económica neoliberal; y la Constitución europea se enterró prácticamente después del no de Francia y Holanda en junio de 2005. El posterior Tratado de Lisboa, actualmente en vigor, recupera sólo una parte de los contenidos del proyecto constitucional, pero la Unión está bloqueada ante la diáspora nacionalista. Contra el euroescepticismo y el populismo antieuropeo Trentin polemizó duramente, en los últimos años, contra el euro escepticismo y contra el «populismo antieuropeo», así lo definió, quenestaba presente no solo en la derecha sino también en la izquierda. Quien en la izquierda ha estado contra el proyecto de la nueva Constitución europea y ha votado contra ella (como ha sucedido en Francia y en Italia ha sostenido Rifondazione Comunista) ha favorecido la «lógica imperial» del actual gobierno de los Estados Unidos y ha escondido «detrás de la retórica izquierdista la opción de explicar el problema fundamental entre la democracia y la cultura del derecho» entre la nueva Europa y la América de Bush. «La Constitución europea –escribió Trentin—está llena de límites y vacíos, lo sabemos… Pero, a pesar de ello, constituye, sobre todo en el plano de los derechos, un paso adelante». Sobre este tema volvió muchas veces en torno a las divisiones y retrasos, pasados y presentes, de la izquierda. Insistió sobre dos ocasiones fallidas: la obstrucción de los comunistas y de los gaullistas en 1954 de la Comunidad Europea de Defensa, propuesta por Pierre Mendés France, que hubiera hecho una Europa más autónoma respecto a los Estados Unidos en el campo militar; y el inicio del tratado de Maastricht, uno de los puntos más bajos en el que –a pesar de los esfuerzos innovadores pero sin resultados de Délors— la izquierda estuvo completamente ausente. A partir de ahí se dio vía libre a la política neoliberal y monetarista. Una vez más, como a principios de los cincuenta, el proceso de integración europea fue obra de las fuerzas moderadas y conservadoras, no de las progresistas que estuvieron en los orígenes del pensamiento federalista europeo. Repito: la cuestión no afectaba solo a los comunistas; éstos miraban a la URSS y durante muchos años –al menos entre los sesenta y setenta, después de Praga-- consideraban la unidad europea como un apéndice de los Estados Unidos. Pero la izquierda en general, incluso la socialdemócrata y laborista lo veía de esa forma, hecha la excepción de algunas personalidades de gran estatura como Altiero Spinelli, Mendés France, Miterrand, Délors. 

Quizá el periodo más fecundo para la izquierda europea fue el de finales de los setenta cuando se desarrollaron el diálogo y significativas convergencias entre el neonato eurocomunismo y las tendencias más avanzadas de la socialdemocracia que tuvo como protagonistas a Enrico Berlinguer, Brandt, Kreisky y Palme. La cuestión concernía no solamente a la Europa política y las relaciones entre el Este y el Oeste, sino también a la gran cuestión medioambiental, los problemas de la paz y el desarme, y sobre todo las relaciones Norte y Sur. Fue significativo que Altiero Spinelli aceptase ser elegido, en aquel periodo de 1979, al Parlamento europeo como independiente en las listas del PCI. Sin embargo, esta fase feliz acabó a mitad de los años ochenta. El bloqueo de la Europa política no dependía solamente de los obstáculos y frenos que ponía el eje anglo estadounidense, que Bruno llamaba el partido americano. Este eje tenía una visión de Europa puramente librecambista y derivaba de la ausencia de una línea política unitaria, tanto más grave en cuanto que gobernaba en 13 estados sobre 15.

 El socialismo era una auténtica babel: junto al modelo del new labour inglés y del neue mitte alemán estaba la francesa de Jospin y la más reciente de Zapatero. Y después la anomalía italiana con el Olivo y el recién creado Partido Democrático. Cada una tenía su propia particularidad, como es obvio, dados los diversos puntos nacionales de partida. Entonces, ¿cuál era la vía de los socialistas europeos? El Partido socialista europeo, surgido en 1992 con el apoyo del PDS, aprobó en marzo de ese mismo año, en el congreso de Milán, un manifiesto electoral, pero sólo llegó a unos pocos. Sin embargo, tuvo un eco notable el manifiesto de Blair y Schroeder pocas semanas después de las elecciones. ¿Había una efectiva voluntad en la izquierda de construir la federación europea? ¿Tiene futuro el socialismo ante estas incertidumbres y ambigüedades? Europa como proyecto Trentin nunca renunció a la perspectiva socialista. No le interesaba el nombre y tampoco, en ciertos casos, el instrumento. Le importaba la inspiración, el proceso y, sobre todo, el proyecto que debía tener como finalidad no el socialismo de Estado que inevitablemente deviene autoritario, antidemocrático, sino un socialismo desde abajo, de tipo libertario que pone en el centro el trabajo como primer factor la igual libertad, el desarrollo social y personal, la convivencia civil y democrática. Bruno estaba convencido que las razones de la equidad no pueden tutelarse solamente en tiempos de normalidad, corrigiendo las distorsiones del mercado, sino también en relación con el proceso productivo de construcción de la riqueza y la acumulación en la economía de la empresa. Por ello, su «pensamiento político» está centrado en los derechos de ciudadanía del trabajo y en el trabajo, en la necesidad de una nueva garantía efectiva de una nueva relación entre la sociedad civil y las instituciones democráticas, no sólo nacionales, también europeas e internacionales para controlar los procesos de mundialización. Para Bruno esta búsqueda era la verdadera alma de ser socialista. Escribe en el ensayo introductivo de La libertà viene prima, en noviembre de 2004, su testamento como decía a sus amigos: «¿Qué queda del socialismo? También sobre esto debe dar una respuesta ´una izquierda de proyecto´. Ciertamente, el socialismo ya no es un modelo de sociedad cerrado y conocido, a través de la acción política cotidiana. Sino que debe ser concebido solamente con una búsqueda ininterrupida sobre la liberación de la persona y sobre su capacidad de autorrealización, introduciendo en la sociedad concreta elementos de socialismo –la igualdad de oportunidades, el welfare de la comunidad, la difusión del conocimiento como instrumento de libertad-- seperando cada vez más las contradicciones y fallos del capitalismo y de la economía de mercado, haciendo de la persona y no sólo de las clases el perno de una convivencia civil» (4). Los últimos años de Bruno Trentin le fueron amargos y desilusionantes. No le presentaron a las listas del Parlamento europeo ni seguir en la presidencia de la Comisión de proyecto de los DS. El antiguo proyecto quedó en letra muerta. Pero no tiró la toalla. Su lema, el lema azionista --«Haz lo que debas, pase lo que pase»-- lo mantuvo en pie, aunque más resignado. El partido se encontraba en un momento de transformismo del que había que salir, así lo dejó escrito. Era un transformismo que privilegiaba las alianzas, la táctica y la ocupación del poder en vez de los proyectos. Giorgio Napolitano, siendo presidente de la Comisión de Asuntos institucionales del Parlamento europeo, escribió: «En la reflexión y en el debate sobre el futuro de Europa encuentro el sentido de hacer política, las motivaciones ideales de un esfuerzo de transmitirlo a las nuevas generaciones, el hilo de los acontecimientos históricos de los que he sido partícipe, la clave de una comprensión más profunda de las lecciones del pasado y de los imperativos del presente». Y añade: «Tiene sentido, hoy, hacer política para sostener proyectos fuertes de cambio y de gobierno que puedan concebirse en términos europeos» (5). Yo creo que Bruno Trentin compartiría plenamente estos conceptos y estas expresiones, incluso la palabra (sorprende el uso de la voz “proyecto”, que es tan trentiniana) indicando una profunda sintonía, incluso generacional, de que la unidad europea necesita volver a encontrar su camino a partir de la experiencia de los mejores hombres. 

 Notas

 (1) Bruno Trentin, Europa: riforma senza progetto, in Quale Stato.

 (2) Giorgio Napolitano, Europa politica, il difficile approdo di un lungo percorso, Donzelli, Roma 2003.

(3) Bruno Trentin, L’Europa, la posta gioco, in Argomenti umani, settembre 2005.

(4)  Bruno Trentin, La libertà viene prima, cit., p. 36 (5) G. Napolitano, Europa politica, cit.,

 Traducción de José Luis López Bulla