24 July 2014

EL SOCIALISMO LIBERTARIO DE TRENTIN Y FOA

Iginio Ariemma

Vittorio Foa y Trentin se conocieron en Milán el primer día de la Liberación. Lo cuenta Vittorio en su autobiografía. Juntos redactaron el llamamiento a las brigadas de Giustizia e Libertà para la insurrección de Milán. Se inicia con la frase que tanto agradaba a Bruno: «La bandera roja ondea en Berlín».  Foa dice que Bruno estaba bajo la influencia de Leo Valiani. Casi seguramente es verdad: de hecho, Silvio Trentin, antes de morir en la clínica de Monastier, fue visitado por Valíani que entonces era el responsable del Partito d´Azione en la Alta Italia.  Silvio confió a Leo Valíani el cuidado de sus hijos y, particularmente, de Bruno que todavía no tenía dieciocho años. El padre murió el 12 de marzo de 1044. El nombre de partisano de Bruno era Leone, que intervino en la zona Prealpi del Véneto; después  del ataque de las tropas nazifascistas del verano y otoño fue a Milán y se convierte en uno de los más estrechos colaboradores de Valíani y del Comité nacional de Liberación.

Entre Foa y Trentin hay más de sesenta años de relaciones. Que, como es natural, han tenido altos y bajos, pero que siempre se caracterizaron por un grandísimo afecto y una recíproca estima. Hablar de amistad es, quizá, muy poco. Entre ellos había una diferencia de edad de dieciséis años. Bruno consideraba a Vittorio como si fuera su hermano mayor o, tal vez, algo más.  Le tenía una especie de devoción y una relación de protección. De Vittorio apreciaba su gran curiosidad intelectual, el espíritu de búsqueda y la capacidad de ir al núcleo de los problemas, sin conformismos y, sobre todo, interpelándose a sí mismo.  Al mismo tiempo, Vittorio valoraba la inteligencia de Bruno y su autonomía intelectual. Foa, todavía en el verano de 2006, antes de la caída de la bicicleta y de la parálisis de Bruno, lo entrevistó para ayudarlo a escribir su autobiografía. Foa quería comprender. Sobre dos temas era curioso: su relación con el PCI y el europeísmo; dos temas que señalaban especialmente la identidad de Bruno. Obviamente no puedo hacer un cuadro completo de las relaciones entre los dos, incluso porque ambos tuvieron «muchas vidas».  Ello exige una investigación amplia que deseo pueda desarrollarse en los próximos años. Me limito, pues, a indicar algunas líneas que espero puedan ser útiles a un trabajo futuro.


De la Resistencia  a los años cincuenta     


Foa y Trentin se frecuentaron con mucha asiduidad durante los dos años de vida del Partito d´Azione tras la liberación. Vittorio era uno de los secretarios del partido y diputado en la Constituyente; Bruno era dirigente del movimiento juvenil. Tras la disolución del partido en otoño de 1947 se presentaron dos opciones diversas: el primero se afilió al Partido socialista; el segundo estuvo en lista de espera, participando en la campaña electoral de 1948 apoyando el Frente democrático popular en contacto con la organización comunista de Treviso.  Bruno se licenció en la Universidad de Padua en octubre de 1949, bajo la tutoría de dos azionisti: Norberto Bobbio y Enrico Opocher. A finales de 1949 Foa es elegido vicesecretario general de la CGIL con el encargo de dirigir el Departamento de estudios. Así se inicia su colaboración con Giuseppe Di Vittorio, que tanta influencia tuvo con los dos. Ambos consideraban que Di Vittorio era el principal maestro que les enseñó que el sindicato es un sujeto no solamente social sino político, libre, autónomo, democrático, que no debe ser único sino unitario, ya que la unidad sindical es un valor en sí e incluso «un modo de analizar la realidad».  Gran maestro de sindicalistas; Foa dijo que Di Vittorio fue «su único maestro de política». Los movimientos del caballo vencedor que permiten superar el muro contra muro, en Il cavallo e la torre, son substancialmente los de Di Vittorio a partir del Piano del Lavoro, discutido y aprobado a finales de 1949: una experiencia que deja una impronta evidente en Foa y Trentin. Probablemente Bruno superó sus dudas y se afilió al PCI, tal vez en 1950, gracias a las enseñanzas y el ejemplo del gran sindicalista de la Puglia. No fue una adhesión fácil, ya que cortaba una larga tradición familiar como se desprende de su correspondencia en 1952 con Gaetano Salvemini sobre el caso Angelo Tasca (1).

Trentin y Foa, en los años cincuenta, recorrieron juntos mucho trecho. Empezando por la batalla interna sobre el llamado «retorno a la fábrica» tras la derrota de la FIOM en la FIAT en 1955.  Trentin siempre consideró que Foa fue uno de los principales artífices del giro que llevó a la CGIL a repensar la estrategia sindical, que ponía en el centro los problemas relativos a la condición y organización del trabajo. Y pour cause Di Vittorio hizo que Foa y Novella (otro protagonista de la batalla) fuesen elegidos nuevos secretarios de la FIOM. También Trentin, pero sin desarrollar ninguna función importante; de hecho, durante un par de meses –junto a los compañeros de la Camera del lavoro de Turín— hiciera una investigación sobre la condición de los trabajadores de la FIAT, que fue decisiva para convencer a Di Vittorio del cambio de estrategia. Fue muy intenso el debate en aquellos años, en el interior de la izquierda, sobre el progreso tecnológico y la modernización y sus efectos sobre la clase obrera. Foa y Trentin investigaron sobre estos problemas.  Ante todo rechazaron las tesis catastrofistas o simplemente inmovilistas del desarrollo capitalista con todas sus consecuencias: empobrecimiento creciente de los trabajadores, expansión del ejército de reserva, etc. En segundo lugar, contradiciendo la tesis de que el capitalismo italiano estaba atrasado –harapiento, se decía—e incapaz de producir la innovación y modernización del país. Efectivamente, el artículo de Foa, Il neocapitalismo é una realtà, de 1957, provocó polémicas. Pero todavía más lo fue la ponencia de Trentin sobre las doctrinas neocapitalistas en el seminario del Istituto Gramsci en 1962. La idea común de ambos, pero no solo de ellos, incluso de Antonio Giolitti y Silvio Leonardo, era que había que mirar dentro del progreso técnico, ver las contradicciones y los efectos en la condición de trabajo y, sobre todo, buscar un nuevo modelo de desarrollo y transformación de la sociedad.  Lo más relevante fue la ponencia escrita a dos manos en 1960 titulada «La CGIL frente a las transformaciones tecnológicas de la industria italiana» para el seminario internacional de estudio del progreso y la sociedad italiana, que organizó Franco Momigliano, otro azionista, con la participación de los investigadores italianos más importantes y de Georges Friedmann, que impresión a Bruno con sus razonamientos sobre la humanización del trabajo [Nota del Traductor. Esta ponencia fue publicada en el libro Los fraudes de la productividad, que editó Nova terra en 1968, que algunos sindicalistas de mi quinta la leímos a fondo. La guardo como oro en paño]. Trentin, en otra ponencia, insiste en la autonomía contractual del sindicato en la empresa frente a las transformaciones tecnológicas [También en el mencionado libro, editado por Nova terra, figura esta ponencia. N. del T.]. Paralelamente a la expansión del fordismo, otro tema de debate interno en la izquierda de aquellos años fue el de la democracia obrera y del control obrero.  

Es en aquellos años  cuando se refuerza el anti determinismo, ya muy acentuado, de Foa y Trentin.  En la primera fase de esta discusión, a decir verdad, los protagonistas son otros, no ellos: no sólo Raniero Panzieri y Lucio Libertini, que presentaron las famosas siete tesis sobre el control obrero (1958), sino también L´Unità turinesa que antes abrió sus páginas a un debate sobre los institutos de la democracia obrera, los delegados, la reducción del horario y las condiciones de trabajo, sobre todo en la FIAT. Cuando se habla de los años cincuenta no se puede, sin embargo, ignorar el acontecimiento de la revolución húngara (1956) y la represión soviética. La condena de la represión, común en Trentin, Foa y Di Vittorio (de toda la dirección de la CGIL) tuvo una gran importancia en la búsqueda de la relación entre democracia y socialismo. Particularmente entre democracia obrera y desde abajo y la que será definida como la vía estatalista al socialismo.          


La izquierda sindical y el sindicato de los consejos


«Fue durante el milagro económico –escribe Foa--, la gran expansión económico-productiva de 1959 a 1963 cuando alcanzó cierto relieve la tendencia que fue llamada ´obrerista´ a la que estuve muy ligado. Sus partidarios en el sindicato eran los de la ´izquierda sindical´, una corriente de opinión, que nunca estuvo organizada, transversal dentro de la CGIL, entre socialistas y comunistas, y entre los socialcomunistas de la CGIL y los católicos democráticos de la CSIL».  Añade Foa: «La izquierda sindical… veía en la organización de la fábrica capitalista el modelo autoritario de la organización estatal de la sociedad. Una organización de la fábrica fundada en la iniciativa y el modelo de los obreros y empleados debía  convertirse en el modelo de un socialismo renovado. No sólo el Parlamento, también la fábrica tenía que ser la referencia de una construcción socialista» (2). El líder reconocido de ésta área  era Foa. En cierto modo manifestaba lo que era «la inspiración más fuerte de su vida política: la construcción desde abajo de un orden nuevo, el control y el autogobierno» (3). Es evidente la deuda de este planteamiento con los debates del mundo turinés: de un lado, la experiencia ordinovista y gramsciana de 1919 – 1920; de otro lado, el jacobinismo de matriz gobettiano y de las teorías de las élites de Gaetano Mosca, decidídamente crítica de la democracia representativa.  La nueva élite es la clase obrera. Foa, ya en los años treinta, antes de ser detenido, había madurado y tenía una posición más elaborada. Justamente Trentin en La ciudad del trabajo anota que «el intento del colectivo turinés de Giustizia e Libertà, y de su portavoz Le voci di officina, cuyos máximos exponentes eran Leone Ginsburg, Carlo Levi y Vittorio Foa se coloca aproximadamente más allá de la versión gramsciana de los consejos y de las teorías de Gobetti», ya que proyectaba un «sistema de de autonomías articulado también en la sociedad civil» (4).  De hecho le sitúa entre sus antecesores, en aquella izquierda diversa de la que se siente parte. Bruno percibe en el proyecto de autogobierno de GL turinés la misma inspiración que llevó a su padre, Silvio, a formular un esbozo de Constitución italiana, de clara impronta federalista –tanto hacia arriba como hacia abajo--  que tiene como pilares el sistema de consejos de empresa y el sistema de las autonomías territoriales. Foa repensará el jacobinismo gobettiano a favor de un socialismo no estatalista. En sus obras Foa llama socialismo libertario a esta inspiración. Es una fórmula feliz en tanto que el término socialismo responsabililiza socialmente la libertad, enriquece y completa la libertad con la responsabilidad. Esta experiencia tuvo su momento álgido en el otoño caliente con sus originales connotaciones. El acento sobre la libertad del trabajo está muy marcado. De hecho, los puntos más visibles son: la centralidad de la fábrica y la contestación a la organización del trabajo taylorista y fordista; la consecuente centralidad de la clase obrera industrial; la construcción de una democracia obrera (los delegados, la asamblea, los consejos) que el sindicato –aunque con mucha fatiga— reforma en una estructura unitaria propia. Trentin no sólo es parte importante de esta experiencia (como universalmente se le ha reconocido) sino que se convierte en el teórico más escuchado y en el líder más autorizado.

Años después, reflexionando sobre aquel periodo, dirá Foa:  «La experiencia consejista italiana fue importante… Hubo un equívoco sobre los consejos. Están en mi memoria, vividos plenamente como democracia directa sólo hasta finales de los años sesenta cuando la unidad sindical de los trabajadores metalúrgicos,  en los tiempos de Bruno Trentin». Y continúa: «Sin embargo, los consejos de los años veinte no fueron una experiencia de democracia directa, y fueron interpretados bajo el conflicto en el interior del Partido socialista entre las corrientes comunista y socialdemócrata».  No sé si se refiere también a los británicos, sobre los que escribió la Gerusalemme rimandata, aunque sí ciertamente a los italianos, alemanes y rusos. En mi opinión, Foa tiene razón. 

Sobre los consejos, en aquellos tiempos hubo una diferencia entre Foa y Trentin. Bruno era decidídamente por  el sindicato de los consejos, esto es, que los delegados y los consejos de fábrica fuesen elegidos, a todos los efectos, a instancias de la base del nuevo sindicato unitario; Foa era más propenso  a dar mayor autonomía a los delegados para substraerlos de las tortuosas situaciones  y tácticas sindicales, dándoles un mayor título como sujetos de un nuevo movimiento de masas, entre lo sindical y lo político (5). No eran las tesis de Il Manifesto que veía en los consejos un sujeto revolucionario sino una vía intermedia. Por otra parte, Foa veía estos instrumentos mucho más proyectados al exterior de la fábrica que Trentin. En Vittorio estaba muy presente, en los años del otoño caliente, la exigencia de confrontarse y de encontrar una relación con las luchas sociales de los estudiantes y los grupos extremistas que surgieron de aquellas luchas. Aquellas confrontaciones  tenían para Foa un punto irrenuncialble: contrastar la línea pero no contraponerse al sindicato. De hecho, como recordaba en su autobiografía, en una asamblea llena de jóvenes contrarios a la línea sindical defendió a la CGIL de tal manera (se quedó en minoría) que hubo una ruptura entre él y el PSIUP turinés. Hasta tal punto que Pino Ferraris le consideró un «normalizador» y sepulturero de la tercera vía: con razón, admitirá después (6).

El ligamen entre Foa y la CGIL era muy fuerte. Su relación con los partidos en los que estuvo fue diferente: era unos instrumentos caducos. Con la excepción del Partito d´Azione. De ella dijo que fue una «inmersión» plena y total. Este ligamen con el sindicato la mantendrá siempre desde que se despidió de la CGIL (1970), a excepción del breve paréntesis, a mediados de los setenta, y sobre todo después del EUR: llegó a escribir que «rechazaba en línea de principio la autoridad de las centrales sindicales», casi invitando a disparar contra el cuartel general. Pero, como él mismo escribirá después, fueron años de una gran confusión personal. Con respecto a Trentin, que era muy crítico sobre la «ilusión dirigista» del centro izquierda, Foa era más radical, particularmente en los debates con el Partido socialista, su anterior partido, antes de la escisión. Por ejemplo, votó contra el Plan Pieraccini, mientras la secretaría de la CGIL se abstuvo, y fue contundente contra el ministro Brodolini y el Estatuto de los trabajadores. En la batalla sobre el sindicato de los consejos Trentin ganó porque su propuesta era más realista y clarificadora: tenía más en cuenta las relaciones de fuerza, las orientaciones y comportamientos internos en los sindicatos y en los partidos.  
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La reflexión de Foa en los años ochenta…


Al final de su vida Foa volvió con frecuencia a reflexionar sobre la experiencia sindical y, en especial, sobre el socialismo libertario. La Gerusalemme rimandata, este libro espléndido que tanto quería quizá el que más de los suyos, es una investigación historiográfica que tiene como temas de fondo los pilares de su cocepción del socialismo: la subjetividad obrera, su estratificación y sus contradicciones, los institutos democráticos en los centros de trabajo, el autogobierno, la política como resistencia y no sólo como mando. Y, sobre todo, la libertad del trabajo, no como ideología  sino como razón. Mejor dicho: como opción de vida.  Especialmente este libro que, en su mayor parte, está escrito –al menos en la versión definitiva—en los cuatro años de su silencio sobre los acontecimientos políticos y sindicales, le lleva otra vez a la idea de la centralidad obrera, a romper el tabú de las contradicciones principales entre capital y trabajo, a tener del trabajo una concepción más general sobre su estratificación, las diversidades de género y otras.  Años después, sobre la base de las «rupturas endógenas» de entonces, asumirá como fundamentos de la unificación del trabajo y de la búsqueda del nuevo sujeto social, conceptos como la atención a la diferencia, la valoración de las infinitas autonomías de la sociedad, la horizontalidad y circularidad de los procesos y de la organización con respecto a la verticalidad y la jerarquía, el gradualismo como «atenta consideración a los otros  como necesidad de su concurso a la acción». Le dará valor a la democracia representativa. La democracia directa sigue siendo importante, pero como función de respuesta y estimuladora para superar la fractura entre representante y representado y no de integración. Así habló en Passaggi: «No hay, no puede haber un modelo sistemático de democracia directa… El socialismo libertario no ha podido erigirse en sistema».

A partir de ahí algunos han inscrito al Foa más reciente en el casillero del liberalsocialismo. Me parece un poco reduccionista e incluso un tanto singular, porque el socialismo liberal fue una de las matrices de su formación y de su itinerario político. Creo, no obstante, que Andrea Ginzburg tiene razón cuando dice que, de ese modo, «se banaliza su búsqueda», que tiene elementos de originalidad y de individualidad que no pueden reducirse en ese esquema. Me refiero a su investigación tanto en su espléndida vejez como anteriormente.  Por lo demás, basta comparar las opiniones de Vittorio con su gran amigo Bindi, como le llamaban los amigos a Norberto Bobbio. ¿El socialismo libertario es una fórmula mustia? Foa no lo dice, simplemente se refugia en un pasaje muy rápido, pero –a pesar de su optimismo programático— no consigue ver en el siglo XXI el socialismo como perspectiva cercana, como horizonte de nuestra generación y, menos todavía, una inminente transformación de la sociedad fundada en una democracia de base. Queden, pues, la libertad y el trabajo. «Busco la autonomía del trabajo, porque en la vida busco la libertad». Así acaba su obra Il silenzio dei comunisti.


… y la de Trentin


¿Piensa lo mismo Bruno Trentin? Bruno también pone a discusión algunos conceptos como la centralidad de la clase obrera. El sindicato de los derechos y la solidaridad, en puertas de los años noventa cuando fue elegido secretario general de la CGIL,  es la superación del sindicato ideológico y de clase. En el centro coloca la persona-trabajador con su autonomía, individualidad y derechos, que son los caminos para ejercer universalmente la libertad de cada cual, empezando por el trabajo. En este sentido la misma concepción de la democracia tiene una torsión innovadora y, en cierta manera, herética. La democracia es condición y factor del progreso económico y civil; sin embargo, para ser tal debe tener como fundamento la autodeterminación, la autotutela individual y colectiva, organizada. La sociedad civil, organizada y reformada, es la base del buen funcionamiento y de la autonomía de las instituciones, de la soberanía popular. El sindicato es sujeto político, pero es parte integrante de la sociedad civil. En mi opinión, estas diferencias entre Foa y Trentin no se refieren solamente a su diverso papel y colocación. Tomemos las dos últimas obras de Bruno, La ciudad del trabajo (1997) y  Lo primero es la libertad (2004) –de éste decía que era su testamento político. La primera, a pesar de estar escrita doce años después, en muchos aspectos puede compararse a la Gerusalemme rimandata, porque es un intento de buscar una respuesta al fracaso de las grandes luchas de los años sesenta y setenta.

La respuesta es substancialmente idéntica a la de Foa: tanto la derrota de los años veinte como la de los setenta han estado determinadas por la concepción prevalente en el movimiento obrero –comunista y socialdemócrata--  del asalto al Estado, la conquista del poder político, pero no por la transformación de la sociedad, mediante un proceso desde abajo, cultural y subjetivo, que ayudara a los trabajadores a gobernarse ellos mismos. Bruno confiesa que ha llegado gradualmente a esa forma de pensar. Todavía, en los primeros años de la década de los sesenta, creía que para cambiar de modo duradero y radical la organización del trabajo y las condiciones de trabajo en la fábrica no se podía prescindir de la conquista del poder. De hecho, una parte consistente del libro está dedicada a la crítica de algunas tesis de Marx y Gramsci; es como si quisiera liberarse del pasado. El cambio le viene con la experiencia consejista y de la participación de masas, coral, que tuvo lugar por objetivos de gran novedad y calidad. En los dos libros hay una sintonía muy marcada tanto en la consideración de que la revolución es un proceso que transforma y mejora no solo la vida diaria, sino la conciencia de cada cual y de la comunidad de trabajadores como a la hora de concebir la política como la comadrona del autogobierno. Sin embargo, la conclusión es diferente: amarga e incluso más crítica en Vittorio; más abierta a la esperanza en Bruno.  La historia del movimiento de los trabajadores –es su mensaje--  ha estado siempre atravesada por la izquierda libertaria; una historia minoritaria, por eso el socialismo ha sido derrotado.  Si esta izquierda diferente no prevalece hoy, el riesgo –que ya es inminente--  es el de caer «en la segunda revolución pasiva», mucho más grave que la descrita por Gramsci en Americanismo y fordismo, que ha caracterizado los años de entreguerras. Sin embargo, existen las condiciones para pasar del trabajo abstracto al trabajo concreto que valore y libere a la persona-trabajador; y, de ahí, a la superación no sólo del fordismo en crisis, sino del taylorismo. Todo ello exige una profunda renovación de la izquierda sindical y política. 

«¿Qué queda del socialismo?», se pregunta Bruno en La libertad es lo primero.  Y responde: «Cierto, el socialismo ya no es un modelo de sociedad cerrado y conocido, al que tender con la acción política diaria.  Hay que concebirlo como una búsqueda ininterrumpida de la liberación de la persona y su capacidad de auto realización, introduciendo en la sociedad concreta . elementos de socialismo –la igualdad de oportunidades, el welfare de la comunidad, el control de la organización del trabajo, la difusión del conocimiento como instrumento de libertad…-- superando cotidianamente los las contradicciones y los fracasos  del capitalismo y la economía de mercado, haciendo que el perno de la convivencia civil sea la persona y no sólo de las clases (8). 

¿Por qué Trentin era comunista?  ¿En qué medida era un comunista diferente? Estas preguntas se las he oído a Vittorio pocos meses antes de que nos dejase. En Il cavallo e la torre  el tema –iba a decir el problema--  de los comunistas  está muy presente (9) Les dedica un parágrafo muy bello. Los comunistas son objeto de una permanente discusión. Como un espejo. Entran en escena muchos protagonistas: los comunistas de la cárcel, los comunistas del sindicato, menos «auténticos» que los del partido. Y Togliatti, cuya complejidad, con su inteligencia superior es la complejidad del PCI. Su contínuo alter ego es Giancarlo Pajetta, su compañero de pupitre en el instituto turinés Massimo D´Azeglio, que fue expulsado de todos los colegios del reino porque había prestado a dos compañeros de clase El talón de hierro de Jack London (¿lo habéis oido?).  Pajetta es un sectario, aunque a su manera; es el comunista que su idea siempre está mediada por el partido, pero es también el «ejemplo moral» que le pone en una crisis existencial cuando dice que los comunistas no lo influenciaban políticamente, sino que le transmitían «un ánimo moral». Carlo Ginzburg, en un espléndido diálogo, intenta sugerir una respuesta: es el realismo político de los comunistas. Y le achacará incluso una cierta «doblez», análoga a la de los comunistas o a causa de la influencia de éstos. Pero no es eso. Responde Foa: «Lo que he admirado de los comunistas y que me ha animado moralmente era lo que me faltaba, lo que yo advertía que me faltaba, esto es, la fe en una solución global, en un diseño general de la sociedad del futuro,  ligado al sufrimiento y a la esperanza de la vida cotidiana»               

¿Bruno Trentin era de esa manera? ¿Tenía esa fe? Hay dos momentos en Il cavallo e la torre, cuando habla de Bruno, que me siguen haciendo reflexionar. El primero explica la diferencia entre él y Bruno: «Yo prefiero no programar demasiado el futuro –escribe Foa--; prefiero proponer lo que me parece esencial y, después, chaque jour a sa peine, y si algo se estropea ya lo arreglaremos al momento. Bruno, sin embargo, se esforzaba en prever los obstáculos y poner las medidas para superarlos; él veía los obstáculos no como puros impedimentos sino como comportamientos de las personas, cuya participación era necesario pensar con anterioridad» (10).  Esto me impresionó por una razón que comparto: subraya el deseo de proyectualidad como carácter típico de Bruno, que no es abstracta y caprichosa, sino orientada al detalle, a lo concreto de los objetivos y el trayecto, hasta el momento que finaliza con la más amplia participación democrática. Bruno rechaza toda tentación al aventurerismo, incluso intelectual, y al pragmatismo elitista que viene de las teorías sobre la élite de Moscú; Bruno lo veía como cortinas de humo.  En el segundo momento que recuerdo,  Foa hace un gran elogio de Bruno y lo compara con Di Vittorio. «Di Vittorio militaba sinceramente en el Partido comunista, pero lo deseaba a su imagen y semejanza. En esto Trentin era muy parecido». Téngase en cuenta que poco antes había escrito que Di Vittorio tenía una doble militancia, que se traducía en una doble fidelidad: a la clase obrera, los trabajadores y al partido.  Este retrato de Trentin es perspicaz y auténtico. De una parte, la lealtad al Partido comunista que nunca le llevó a romper con la estructura, la forma y las reglas organizativas (desde los Quaderni rossi e Il Manifesto a Statu operaio, a diferencia de Foa),  ni a irse del partido como hicieron otros, Antonio Giolitti, por ejemplo,  con el que estaba en contacto y sintonía durante el año 1956. Pero, al mismo tiempo, siempre rechazó trabajos ejecutivos, incluso de gran relieve, en el grupo dirigente del partido. Por otra parte, quien ha trabajado con él ha conocido su espíritu de búsqueda absolutamente libre, su coherencia y tenacidad para sostener y defender sus ideas, incluso las más heterodoxas, pero también su disponibilidad a escuchar, al diálogo, a la mediación unitaria para favorecer la iniciativa. 

No creo que se pueda decir de Bruno lo que Italo Calvino, que abandonó el partido después de 1956: «Los comunistas éramos esquizofrénicos», refiriéndose a la política substancialmente reformista y a la fidelidad a la URSS. Seguramente Bruno no tenía esa fidelidad y tampoco era estalinista. Pero no hay duda que hay una contradicción entre ser comunista, incluso en el PCI con aquella complejidad y riqueza, y luchar por un socialismo no estatalista y libertario donde la libertad y la democracia de la sociedad civil son más importantes que el poder político.  Una contradicción o –por usar una expresión de Foa--  «una coexistencia de posiciones  diferentes en la misma persona» de difícil y atormentada convivencia.  Pero esta es la diversidad del comunismo de Bruno, su historia que es parte de la historia minoritaria de la izquierda libertaria como la reivindicó orgullosamente en La ciudad del trabajo. Y también es su fascinación, como lo comprendió Foa.  Sobre esto Foa encontraba la originalidad de Bruno, casi un signo de identidad que seguramente le venía de su doble patria: italiano de pura cepa, aunque nacido y formado hasta la madurez en Francia. 

Di Vittorio se pregunta: «¿Qué significa ser a la vez muy italiano y muy francés, como era Bruno?». No dan una respuesta, quería entender. No le basta una respuesta que se refiera al europeísmo naturaliter de Trentin. Foa estaba muy interesado en la experiencia de Bruno en Europa como europarlamentario y, antes, como sindicalista, que frecuentaba con mucha asiduidad las reuniones y encuentros de la Confederación Europea de Sindicatos; que tenía contactos y relaciones muy sólidos en todos los países, comprendido Estados Unidos.  Su europeísmo era diferente, dice en uno de sus últimos coloquios. Particularmente se refiere a la sintonía y amistad entre Trentin y Jacques Délors, a las ideas –frecuentemente maduradas entre ambos--  para hacer un diseño económico y político, pero sobre todo civil de la nueva Europa. La base fundamental de ello era el nexo entre trabajo y conocimiento como en parte sucedió en la conferencia de Lisboa, a la que Bruno colaboró con mucha pasión.  Un diseño que Foa y Trentin consideraban el camino de una nueva izquierda europea. De ella sentían, y se siente, la necesidad.    



Notas

  
1) Lettera a Salvemini, in Bruno Trentin, tra il Partito d’Azione e il Partito Comunista, cit.
2) Vittorio Foa, Il cavallo e la torre, cit., p. 272.
3) Ivi, p. 56.
4) Bruno Trentin, La città del lavoro. Sinistra e crisi del fordismo, Feltrinelli, Milano, 1997, pp. 213-214.
5) Vittorio Foa e Federica Montevecchi, Le parole della politica, Einaudi, Torino, 2008, pp. 17-18. [Hay una traducción española on line http://ferinohizla.blogspot.com.es/. N. del T.]
6) Vittorio Foa. Il cavallo e la torre. Cit. Pp. 211 - 212
7) V. Foa, M. Mafai, A. Reichlin, Il silenzio dei comunisti, Einaudi, Torino 2002.
8) Bruno Trentin, Lo primero es la libertad. [Hay traducción española en http://baticola.blogspot.com.es/2006/06/la-libertad-la-apuesta-del-conflicto.html de José Luis López Bulla]
9) Vittorio Foa, Il cavallo e la torre, cit., p. 226.
10)  Ibidem.


Traducción de José Luis López Bulla