05 October 2008

EL TRABAJO DECENTE O LA HUMANIZACION DEL TRABAJO

José Luís López Bulla, Consejero del Consell de Treball, Econòmic i Social de Catalunya.

Ciudad Real, Seminario con Magistrados brasileños: 7 de Octubre de 2008

Haereticare potero sed haereticum non ero. [Jean Charlier, llamado Gerson, Opera I]



Para un servidor vuelve a ser un grato placer compartir nuevamente con ustedes y Rodolfo Benito este rato de conversación informada. De veras que lo agradezco y, muy especialmente, a Antonio Baylos, infatigable organizador de estas jornadas y de múltiples iniciativas en procura de una relación apropiada entre el iuslaboralismo y el sindicalismo. Por si fuera poco, nuestro encuentro transcurre simultáneamente a las movilizaciones en todo el mundo precisamente con el tema central de la exigencia del “trabajo decente”: una acción de características nuevas tanto por su globalidad como por la unidad de acción que representa el sujeto convocante, el Sindicato mundial. Por lo demás, vale la pena recordar que esta movilización es la consecuencia de una propuesta que, en ese sentido, hizo Comisiones Obreras en el congreso fundacional de la CSI en Viena.

Pero, lo más relevante, es que podemos decir sin exageración alguna que esta movilización es objetivamente la primera reacción global contra los estragos de la descomunal crisis económica que nos está cayendo encima. Una crisis que ha puesto en crisis total el tipo de economía neoliberal que derrotó en su día al capitalismo industrial, la ausencia de normas y controles y el desparpajo de los inquilinos de Monte Peregrino, que hablaron del Estado como problema y ahora predican el Estado como solución.


Antes de entrar en materia, me permito una recomendación: la lectura del libro de
Luciano Gallino “Il lavoro non è una merce”. Pienso que puede servir para refrescar la memoria acerca de algo tan elemental, que está puesto en tela de juicio por algunos exponentes del Derecho del trabajo europeo que empiezan a tener una potente influencia no sólo en su disciplina sino especialmente en los círculos concéntricos del poder o, por mejor decir, de los poderes políticos y económicos. También académicos. No me resisto a un desahogo personal: son muy pocos los iuslaboralistas que se confrontan contra las derivas de aquellos a quienes Umberto Romagnoli llama revisionistas[1]. Es más, mientras el Derecho del Trabajo no se ponga decididamente al día, tengo para mí que los revisionistas podrían ir avanzando en sus posiciones. Me disculparán si dejo tan clamoroso asunto para más otra ocasión. Permítanme una pausa: la recomendación del libro de Gallino y la referencia a Romagnoli se explican por sí solas. Aunque también vienen a cuento para recordar que todavía hay en Italia gentes consistentes que siguen estando de buen ver y mejor leer. No se olvide que, por así decirlo, la sombra de Trentin es felizmente alargada.


1.-- Cuando Juan Somavía acuñó la expresión “trabajo decente”, tal vez no fuera consciente de hasta qué punto iba a convertirse en una importante señal, capaz de vincular la acción colectiva global del conjunto asalariado mundial, de sindicalistas, juristas progresistas y de un amplio elenco de científicos sociales. Se trata de un hallazgo de gran pregnancia que relaciona la libertad, la igualdad, la seguridad y la dignidad humana, entendidas todas ellas –a mi juicio-- como inescindibles entre sí
[2]. Así pues, la inexistencia de una de tales condiciones impugnaría la definición de Somavía, y la merma de cualquiera de ellas crearía un déficit de decencia en el trabajo. La lógica tiene estas cosas; aunque la política pueda disfrazar las palabras, según ha dejado sentado Vittorio Foa en “Las palabras de la política[3], la lógica, en su autonomía normativa, tiene felizmente esos inconvenientes a la hora de llamar la atención. Por otra parte, “trabajo decente” viene a representar un mínimo común divisor de las diversas situaciones –de latitudes, género y condiciones individuales y colectivas— realmente existentes en el mundo entero. De ahí que, en mi condición de sindicalista emérito, exprese enfáticamente mi felicitación a la Central Sindical Internacional por haber dado en la tecla tan certeramente a la hora de convocar la jornada de hoy por el trabajo decente.

Sin embargo, no parece que las cosas sean tan fáciles como a primera vista da la impresión. Relata Isidor Boix, uno de los sindicalistas más lúcidos del panorama global que, estando de viaje en China, un joven dirigente de los sindicatos oficiales, con altas responsabilidades en aquel país, le espetó lo siguiente: “el mayor enemigo de los trabajadores chinos sois los trabajadores europeos”
[4]. Al parecer el motivo de tan extraño saludo no era la historia eurocentrista del movimiento sindical sino los altos salarios que se pagan hoy en Occidente a los trabajadores y el elenco de derechos sociales como resultado de las conquistas de la acción colectiva. En otras palabras, la presión sostenida del movimiento global de los trabajadores en pos del trabajo decente puede provocar ciertas suspicacias incluso en algunos sectores, aunque en esta ocasión se trataría de un sindicalismo putativo: una herramienta subalterna del Estado.

De un lado, el movimiento sindical occidental que exige más derechos para sus trabajadores y, de otro lado, planteando la democratización irrestricta allá donde no existe o está muy limitadamente reconocida; de otro lado, las zonas, todavía numerosas en el mundo, donde campan a sus anchas sindicatos putativos que miran con recelo la acción colectiva de los sindicatos democráticos.

Recordemos las cuatro condiciones de Somavía para que se pueda hablar con fundamento de trabajo decente: la libertad, la igualdad, la seguridad y la dignidad humana. Así las cosas, me parece evidente que jamás en la historia el trabajo (principalmente la del trabajo subordinado) ha sido, somavianamente hablando, decente, ni aproximadamente decente. Lo que, por supuesto, incluye la breve historia del trabajo en los países del llamado socialismo real. A menos que se truquen los mecanismos de la lógica o se banalicen las definiciones de todas y cada una de las cuatro condiciones de Juan Somavía. Esta afirmación puede ser aceptada sin aparente inquietud; sin embargo, el panorama que sugiere es uno de los más prometéicos desafíos a los que se puede abocarse el movimiento sindical global o, según cómo, otra de las aporías en las que puede verse inmerso.

Hablando en plata: ¿es posible que, en el marco del sistema capitalista, se cumplan las cuatro condiciones de Somavía? No es una pregunta provocadora sino de pura lógica. Respondo: el sistema vigente no puede compatibilizar las cuatro condiciones que, por lo demás, hemos añadido que no son variables independientes las unas de las otras. En este sentido, hace bien el maestro Romagnoli cuando avisa de manera lapidaria que la empresa es “el lugar de la máxima refracción de las desigualdades y, al mismo tiempo, el lugar donde no es posible abolirlas”
[5]. Caeremos en la cuenta de ello si volvemos a leer despaciosamente la cita de la tesis doctoral de Nunzia Castelli, anteriormente referida, sobre la definición y relación entre la “libertad” y la “igualdad”. Y, diré más todavía: el sistema vigente se fundamenta –quedando explícitamente definido de manera indisimulada-- en la desigual libertad e igualdad en lo que se refiere al vínculo entre la una y la otra desde los cimientos del ecocentro de trabajo. Corregir ese estatuto fue, por así decirlo, el encargo histórico que recibió el Derecho del trabajo con las semillas de Weimar. De igual manera ese fue el cometido que se encomendó, un siglo antes, el movimiento organizado de los trabajadores y los sindicatos: existía la posibilidad --y lo demostró palmariamente-- que bajo el capitalismo se dieran conquistas importantes y llamativos avances, con mayor o menor sostenibilidad, de humanización del trabajo tanto por la acción colectiva del sindicalismo y de quienes han compartido ese paradigma reformador como por las propias necesidades del propio capitalismo, cuestión ésta poco reconocida públicamente por los movimientos sindicales.

Ahora bien, el trabajo decente, con las cuatro condiciones de Somavía --que pone en cuestión la naturaleza del trabajo tal como se ha dado históricamente en los cuatro puntos cardinales del planeta-- indica enfáticamente cómo debe ser desde ahora mismo. Abre, pues, una cesura de enormes proporciones con relación a la biografía del trabajo concretando formalmente las intuiciones, más o menos dispersas, que sobre el particular tuvo el movimiento sindical. Esta cesura puede conducir o bien a una nueva cosmovisión mítica o a una práctica de nuevo estilo capaz de acercarse de manera itinerante al trabajo decente. Entendámonos, las cuatro condiciones aunque principalmente interpelan las más duras situaciones del trabajo de la esclavitud moderna, de los niños de determinados países y otras durísimas situaciones, también se refieren naturaliter al concepto trabajo en las sociedades industriales avanzadas y al trabajo in progress. Resumiendo esquemáticamente lo que más me interesa subrayar: bajo el sistema capitalista no hay posibilidad de cabal cumplimiento de las cuatro condiciones de Somavía.

¿Por qué, entonces, la OIT –la sede común de estados, empresarios y sindicalistas aceptó lo expresado por su Presidente? Porque el (necesario) carácter polisémico de las cuatro condiciones que instituyen el trabajo decente puede ser leído según el gusto y la conveniencia de cada cual. También porque se ha extendido muy peligrosamente un uso banal de los conceptos y palabras, sometidas a una adulteración de sus tradicionales biografías. Más todavía, porque los dueños de los significados actuales de tales palabras son quienes más potencia publicitaria dedican a la distorsión de éstas. Algo que nos dijo en su momento Lewis Carol.

Así pues, ¿hizo mal Somavía planteando sus famosas cuatro condiciones? No lo creo. Él lanzó un gigantesco mensaje eutópico en la línea de los grandes provocadores de la historia en exigencia de un banderín de enganche con sentido. Ahora bien, el movimiento organizado de los trabajadores y, más concretamente, el sindicalismo, en su larga historia de subalternidad de sus mentores políticos, ha sido --por esa razón de dependencia— fuertemente contagiado por toda una serie de mitos teleológicos. Parodiando a Benjamín Constant en su famosa conferencia parisina de 1819, esa es en parte la historia del “sindicalismo de los antiguos”. Esta una fase en la que todavía nos encontramos, aunque esto pueda sonar a herejía, quiero decir que seguimos instalados en el sindicalismo de los antiguos.

2.-- El sindicalismo confederal no puede continuar su andadura reeditando el mito o los sucedáneos del mito. Mantener la alteridad del sindicalismo y su condición de sujeto conflicto –absolutamente indispensable para no devenir una agencia técnica-- es incompatible con el mito. Porque el áspero litigio no se orienta contra los (inexistentes) dioses menores del capitalismo sino contra la fisicidad del sistema capitalista y su constante puesta al día. Así pues el viaje sindical no es la ruta de Prometeo. No hay otra caminata posible que el indicado por la (matemática) teoría de los límites.

Tomo de mi estantería el viejo libro “Análisis Matemático” de don Julio Rey Pastor y vuelvo a recordar que nunca se llega al límite: la variable crecerá indefinidamente pero no infinitamente. O, si se prefiere la poesía a la frialdad abstracta de las matemáticas, dígase con García Lorca que “aunque yo sepa los caminos / nunca llegaré a Córdoba”. Como ustedes comprenderán, un sindicalista jubilado puede decir estas cosas, un tanto indiferente a ser acusado de fomentar la desmovilización. Que, en este caso, aceptaría gustoso porque vendría de los que, a pesar de lo que se ha llevado el viento, siguen fomentando mitos y leyendas. Que, en este caso, queda referido a aquellos que no podrían no entender prosaicamente la bella metáfora de Somavía. Porque es eso lo que exactamente planteo: entender las cuatro condiciones en clave de metáfora. Y poner sostenidamente, a través de un proyecto de fuertes reformas, los mecanismos para acercarse –indefinidamente como dice la teoría de los límites-- lo más posible a las cuatro condiciones.

Dejemos a Prometeo que continúe su camino cotidiano ascendente y descendente. Lo que nos ocupa aquí debería ser interpretado, también metafóricamente, en otra clave movilizadora: la teoría matemática de los límites. Entiendo que, así las cosas, el sindicalismo de los modernos debe acercarse indefinidamente a las cuatro condiciones de Somavía contando con un proyecto fuertemente reformador con el sentido de trabajo decente. Que esta ruta sea indefinida no quiere decir que carezca de meandros y situaciones de discontinuidad e incluso de retrocesos. Como Sísifo. A mi entender, el concepto central de la teoría de los límites no pueda ser otra que la propuesta de Bruno Trentin acerca de la “humanización del trabajo” que recorre toda la obra escrita de nuestro amigo italiano
[6]. He dicho en no pocas ocasiones que el sindicalismo actual está en mejores condiciones para proponerse tan señalado proyecto reformador que el existente hacia no tantos años, aunque ambos permanezcan en el estadio del sindicalismo de los antiguos.

3.-- Digo que el sindicalismo está en mejores condiciones para abordar el mencionado proyecto porque hace tiempo que superó la dependencia de los mentores políticos de antaño en sus diversas matrices socialista, socialdemócrata y comunista. En aquella tesitura el sindicalismo era una prótesis de los partidos. Estos habían decidido una partición –no sólo funcional sino orgánica— de los objetivos, cometidos y tareas... No creo que sea caricaturesco afirmar que el partido se auto concedió el diseño y la realización de un proyecto calificado, con mayor o menor exageración, como transformador; el mismo partido, en todo caso, impuso que el sindicato se dedicara a “la resistencia”. Y, como es sabido, resistir no es proyectar, aun cuando haya momentos en que es necesaria la resistencia contingente.

Andando el tiempo el sindicalismo entendió que sólo conquistando su propia independencia y, por extensión, su autonomía –es decir, su propia lectura de las transformaciones de todo tipo, especialmente las que maduran en la relación de trabajo-- podía convertirse en un sujeto político capaz de abordar sin subalternidad un proyecto de largo recorrido y, digamos, en primera persona. Una parte no irrelevante del sindicalismo de los antiguos había sido trascendida de un modo asaz positivo. De ahí que se pueda decir que el sindicalismo actual esté en mejores condiciones para abordar el proyecto de humanización del trabajo. Que ya no es, como en el caso del “trabajo decente”, una metáfora. Ahora bien, no existe una garantía incondicionada. Todavía el sindicalismo actual debe superar algunos fuertes contagios que, por su potencia, interfieren especialmente tanto la metáfora de las cuatro condiciones de la metáfora somaviana como el proyecto de la humanización del trabajo. Diré que tales contagios son los que principalmente le mantienen en su condición de sindicalismo de los antiguos.

El principal contagio del sindicalismo de los antiguos sigue siendo, en mi opinión, la dependencia (en esta ocasión, dependencia no equivaldría exactamente a subalternidad) que tiene con relación al fordismo: el sistema que ha generado la no decencia del trabajo a lo largo del siglo XX. Es cierto que, en todo el itinerario de la pasada centuria, el sindicalismo de los antiguos se batió duramente por el mejoramiento de las condiciones tanto en el puesto como en el centro de trabajo. Pero visto con los ojos de hoy, hemos de repetir lo que en otras ocasiones se ha dicho: combatimos el abuso del taylorismo y del fordismo, pero nunca impugnamos su uso. Es más, se dio la impresión de que era un sistema de organización definitivamente dado. Uno de los ejemplos más llamativos de ese combate contra el abuso fue nuestro combate en, al menos, las siguientes direcciones: a) los resarcimientos por la nocividad e inseguridad del puesto de trabajo, b) las externalizaciones que provocaron lo que el economista inglés Arthur Cecil Pigou denominó las “deseconomías externas”, y c) otras gangas por el estilo. Resarcimientos en forma de pluses, por ejemplo, en todo lo atinente a la salud; resarcimientos, también, en todo lo referente a las exigencias salariales de pagas extraordinarias y --dado el escalafoncillo estático y casi inmutable-- compensaciones bajo la forma de trienios, quinquenios y otras cosas similares. Más todavía, el resarcimiento ad nauseam hizo que no pocos pensaran que, a través de un resarcimiento externo al centro de trabajo era lo mejor, aunque a cambio de negar las libertades primordiales (o reducirlas lo máximo posible) como posible respuesta a las decisiones de “la empresa”.


En resumidas cuentas, el sujeto social mejoraba su condición de vida sobre la base de un trabajo que, visto con los ojos de las cuatro condiciones de Somavía, no era decente. En descargo del actual sindicalismo de los antiguos –no es la primera vez que lo expreso-- diré que la gente de mi quinta dejó ese almacén de trastos viejos como herencia. Pero –comoquiera que me han llamado la atención mis coetáneos, que piensan que soy excesivamente severo con esa (mi) generación-- añadiré que fuimos los primeros en proponer y trabajar por el proyecto de la independencia del sindicalismo.

4.-- Lo diré enfáticamente: con los contenidos de las actuales prácticas contractuales del sindicalismo de los antiguos es materialmente imposible encarar la metáfora de las cuatro condiciones del trabajo decente; es, de igual modo, materialmente imposible también afrontar el desafío de la humanización del trabajo. No se trata de escepticismo sino de la verificación de los instrumentos de la lógica. A saber, si el fordismo contraviene por antonomasia las cuatro condiciones y, dado que la muy inmensa mayoría de las cláusulas contractuales siguen en esa clave, la conclusión está cantada de antemano. Desde luego hay quien viene llamando la atención de ese dramático desfase
[7]. Digo desfase porque, para mayor inconveniencia, resulta que podemos afirmar el agotamiento del sistema organizacional que ideara don Enrique Ford en sus buenos tiempos.

Más todavía, Miquel Falguera ha reseñado, con nombres y apellidos, que una inmensa mayoría de los convenios colectivos copian descaradamente, incluso al pie de la letra, la sintaxis de las viejas Ordenanzas de Trabajo de los tiempos de la Dictadura franquista. Esta manera tan testaruda de frecuentar abusiva e inútilmente el pasado se da en los terrenos más importantes: en aquellos que se refieren, nada más y nada menos, que a los sistemas de organización del trabajo. Lo que, por decirlo en términos escasamente afectuosos, demostraría el carácter ficticio de esos acuerdos en los temas anteriormente referidos. Pero, a la vez, significaría el lastre que mantienen a la hora de avanzar en la metáfora del trabajo decente; perdón, quiero decir la humanización del trabajo.

Pues bien, la casa sindical, que tiene el coraje de aceptar el desafío del trabajo decente, no se da por aludida en el vínculo que existe entre el tipo de negociación colectiva y las cuatro condiciones de Juan Somavía. Así las cosas, una cosa es el imperfecto legado de los sindicalistas de mi quinta y otra, bien distinta, la distracción de los que ahora tienen mando en plaza. O, lo que de manera aproximada, es lo mismo: llegado un momento cada cual pasa a ser responsable directo al margen de las herencias recibidas. Algo que también nos pasó a nosotros.

5.— El sindicalismo de los modernos será realidad si ajusta las cuentas con su (todavía) contagio del fordismo, y –entendiendo que ese sistema es ya pura herrumbre— articule unos procesos contractuales cabalmente ubicados en la fase de innovación-reestructuración global de los aparatos productivos, de servicios y de toda la economía. En ese sentido, el proyecto reformador con sentido debería plantear una operación de gran calado: la reforma de la empresa. Porque estamos hablando de un proyecto sindical que nace en el espacio empresa como “lugar donde se desarrollan institucionalmente las relaciones de poder derivadas de la doble dimensión, colectiva e individual, del trabajo asalariado […] como elemento decisivo en la conformación de la identidad del sindicato
[8]. Una reforma que, como se ha dicho anteriormente, debe proponerse el más espectacular giro de época de la negociación colectiva, y más concretamente situar como elemento central la codeterminación.. Que a mi juicio es la matriz de la humanización del trabajo. Repare el lector que he dicho `codeterminación´, no de cogestión. Pues bien, la codeterminación entendida como fijación negociada de las condiciones para el trabajo y del trabajo es el instrumento central (que, aunque no único, sí es indispensable) en el fatigoso itinerario de la humanización del centro y del puesto de trabajo.

Ahora bien, sin extenderme más de la cuenta, diré que el sindicalismo de los modernos necesita, además, adecuar su forma o, si se prefiere, la representación a las gigantescas mutaciones que se han operado, muy en especial las referidas a la emergencia de tantas tipologías asalariadas de naturaleza precaria. La humanización del trabajo no puede avanzar sin cuestionar radicalmente la actual forma sindicato en el ecocentro de trabajo. Pero sobre este particular no quiero insistir en esta ocasión: no es cosa de malquistarme con mi admirado Antonio Baylos. Tan sólo lo dejo insinuado y, para mayor abundamiento, remito al lector a nuestra fraternal polémica
[9]. Debo aclarar, sin embargo, que mi discusión con Baylos en torno a la adecuación de la representación sindical se refiere sólo al modelo dual en el centro de trabajo: un servidor impugna radicalmente la utilidad del comité de empresa. Ahora bien ello no quita para que ambos estemos plenamente de acuerdo en la urgente necesidad que tiene el sindicalismo confederal de adecuarse a las emergencias ya instaladas desde hace no poco tiempo dentro y fuera del centro de trabajo: el mundo de la precarización extenuante no es la única aunque sí la más llamativa.

En resumidas cuentas, la áspera caminata por aproximarnos indefinidamente a las cuatro condiciones del trabajo decente exigirían esa “identidad segura” del sindicalismo en el centro de trabajo. Que, en mi opinión, no puede ser otra que la de un sujeto que sea la expresión de todas las diversidades del conjunto asalariado: otra de las asignaturas pendientes que tiene el (todavía) sindicato de los antiguos si se me permite la instrumental y maquillada referencia al famoso texto de Benjamín Constant.













[1] Umberto Romagnoli: “El error de los revisionistas” en http://baylos.blogspot.com
[2] Nunzia Castelli engarza libertad e igualdad: “Una libertad que se pretende recuperar a través de las distorsiones del mercado y de la competencia generadas como efecto de anónimas asimetrías informativas: una libertad que se evalúa en un plano meramente formal y abstracto. Pero si algo nos ha enseñado la convulsa historia del Derecho del trabajo es, como alguien ya puso de manifiesto hace tiempo, que de libertad y autonomía se puede hablar sólo una vez restablecidas auténticas y materiales condiciones de igualdad sustancial porque en definitiva, también la libertad y la igualdad son conceptos relacionales que se construyen a partir de la coparticipación y la solidaridad colectiva. En “Contractualismo, autonomía individual y autodeterminación en el Derecho del trabajo”, tesis doctoral.
http://ciudadnativa.blogspot.com/2008/07/contractualismo-autonomia-individual-y.html en “Ciudad nativa” (Antonio Baylos)

[3] Vittorio Foa en http://ferinohizla.blogspot.com/

[4] Isidor Boix Por un "nuevo internacionalismo sindical" - hacia la Jornada de Acción Sindical Mundial por el "trabajo decente" del 7 de octubre en http://www.fundacionsindicaldeestudios.org/varios/00165_80509IsidorBoix.pdf
[5] Citado por Antonio Baylos en “El sindicato y la acción colectiva de los trabajadores en la empresa: la identidad segura”. Libro Homenaje a Umberto Romagnoli “Sobre el presente y futuro del sindicalismo” (Fundación Sindical de Estudios, 2006 Madrid, núm 76)
[6] Bruno Trentin. “La città del lavoro”. Feltrinelli, 1997
[7] Miquel Falguera MUJER Y TRABAJO: Entre la precariedad y la desigualdad en http://theparapanda.blogspot.com/2008/05/mujer-y-trabajo-entre-la-precariedad-y.html

MIQUEL FALGUERA: Carta abierta a los sindicatos en http://theparapanda.blogspot.com/2008/01/miquel-falguera-carta-abierta-los.html
[8] Antonio Baylos en “El sindicato y la acción colectiva de los trabajadores en la empresa: la identidad segura” en “Sobre el presente y futuro del sindicalismo. Libro de Homenaje a Umberto Romagnoli” (Fundación Sindical de Estudios” (Madrid, 2006)
[9] ¿TIENEN SENTIDO YA LOS COMITES DE EMPRESA?. Mano a mano Antonio Baylos y José Luis López Bulla en http://lopezbulla.blogspot.com/2006/06/tienen-sentido-ya-los-comites-de.html