14 March 2008

MANO A MANO CON JORGE RIECHMANN EN 2004

SOSTENIBILIDAD: ALGUNAS REFLEXIONES BÁSICAS

(En torno a un papel de Jorge Riechmann)

José Luis López Bulla

Jorge Riechmann ha presentado un interesante trabajo para Istas y el Departamento Confederal de Medio Ambiente de CC.OO. El papel tiene un meditado corpus doctrinal, como todos los de su autor, y sugiere al sindicalismo confederal importantes cuestiones. La primera de ellas aparece en la página 4: “pero desarrollo sostenible, producción libre o agricultura ecológicamente viable no son asuntosde mejoras incrementales sino de un cambio de modelo”. Lo que, en mi opinión, es una verdad como una catedral; el problema aparece cuando nos disponemos a enhebrar de manera práctica el hilo del discurso para convertir dicho apotegma en práctica factible. Porque lo que JR expone son algo más que palabras mayores. De entrada, y por pura comodidad, pienso en los escenarios convencionales en los que el sindicalismo confederal puede intervenir para, siguiendo a JR, conseguir el cambio de modelo. Y, si os parece, son dos: a) los procesos contractuales , b) la intervención favorecedora de medidas legislativas.

Sobre los procesos contractuales vale la pena expresar las siguientes y conocidas consideraciones: a) que, para que cumplan con el objetivo de coadyuvar a cambiar el modelo --se supone que gradualmente-- deben ser la expresión de la voluntad de sindicatos y empresarios; b) que, antes de la firma, existe un paso previo, esto es,


el carácter profundamente innovador de la plataforma negocial del sindicalismo confederal, de un lado, y, de otra parte, debe existir igualmente una voluntad similar en el empresario que se dispone a negociar. Es lógico que JR no hable de estas cosas, pues su interés es azuzar el debate y que los doctores de la iglesia se pongan manos a la obra; pero el caso es que alguien, o sea, los doctores tienen que estar por la labor de (gradualmente)cambiar el modelo. Que, para sumar otro cacho de complicaciones, no puede ser en un sólo país.

Estamos sin duda ante una hipótesis optimista, pues supone que desde la práctica contractual es posible el cambio de modelo. Y, desde luego, exageradamente optimista, pues presupone que, tal como están las cosas, se puede plantear el tan repetido cambio de modelo. Esto... sin saber, todavía a estas alturas, a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de (perdón) cambio de modelo. Pero por algún sitio se debe tirar. Y lo que parece claro es que la actividad substancial del sindicalismo, la contractualidad, debe servir también para el tan arduo como necesario problema que tenemos ante nosotros, la sostenibilidad.

El segundo método es, como se ha dicho, la actividad legislativa. Que se verá favorecida en la medida en que el sujeto legislador implícito, el sindicalismo, vaya creando fuentes de derecho en el territorio de la contractualidad. Esto es, si existen convenios que apuntan a la sostenibilidad, habrá más posibilidades de (gradualmente) avanzar por ahí. Pero si hemos partido de la base de que en un solo país no se arreglan las cosas (aunque sí se corrigen algunas, y no irrelevantes), hemos de convenir que desde alguna sede se debe legislar; naturalmente una sede de amplios territorios como, por ejemplo, la Unión Europea. Porque no estamos hablando de remiendos (a los que no conviene hacerle ascos) sino, siguiendo a JR, de cambiar el modelo.

Miente el refrán popular cuando afirma que querer es poder. Al menos no atina en mi caso porque yo quiero un buen porrón de cosas y no las tengo. Pero si querer no es necesariamente poder, también es cierto que no querer es definitivamente no poder. De donde se desprende que si el sindicalismo quiere, tiene (al menos en hipótesis) la posibilidad de poder; y si no quiere, estaremos en la certeza de que no se podrá. Porque entre posibilidad y certeza hay un trecho de ciertas dimensiones. Y aquí llegamos al querer. Comoquiera que la historia del sindicalismo es, a la vez, la historia de muchos mitos,


valdría la pena interrogarnos muy seriamente que lo que queramos no sea otro mito más. A tal fin se recomienda la lectura del prólogo al Manifiesto Comunista que hizo el maestro Eric Hobsbwam cuando el 150 aniversario de tan famosa obra. Porque lo cierto es que nuestro viejo amigo inglés le soltó un memorable (aunque cariñoso) cachete al barbudo de Tréveris. Sospecho que la opción por la sostenibilidad no es un mito. Y diré más, intuyo que puede ser un punto de encuentro de los más diversos grupos y sectores sociales. Por supuesto de la izquierda, siempre y cuando no se pongan en pié de guerra las viejas tradiciones de pegarse vergajazos los reformistas contra los

maximalistas y viceversa. Puede ser un punto de encuentro de intereses no exactamente coincidentes en otros campos. Y es posible que por ahí el sindicalismo confederal tenga mucha tela que cortar.

Pero la tela que pueda cortar tendrá relación directa con: a) su auctoritas en relación al resto de sujetos, movimientos y otras fuerzas (también políticas, por supuesto), una autoridad que le vendrá dada especialmente en los momentos de desacuerdo; b) los contenidos de

sus prácticas contractuales, tendentes gradualmente a la sostenibilidad.

Dos elementos me parecen obligados en ese itinerario. Uno, la alianza que debe establecer el sindicalismo con el mundo de la ciencia y la técnica para esos menesteres; otro, la relación con el resto de sujetos que vayan en parecida dirección. Lo primero me parece esencial para cualquier tipo de actividad sindical en estos tiempos que corren; lo segundo equivale, no se olvide, a que el sindicalismo no se difumina en tales movimientos, es más: se confronta obligadamente en determinadas ocasiones, y no pasa nada.

En resumidas cuentas, por ahí se trata de apuntar la posibilidad de compartir diversamente el paradigma de cambiar el modelo. Pero ¿de qué modelo está hablando JR? ¿Se trata de avanzar hacia la superación del capitalismo? ¿de ecologizar el capitalismo? En palabras claras: ¿de qué está hablando JR cuando propone el cambio de modelo?

Sant’Andrea in Percussina

Septiembre de 2004


Jorge Riechmann

Galapagar/ Madrid, 3 de octubre de 2004

Muchas gracias por las sugerentes reflexiones, José Luis (qué necesario resulta insistir en “la alianza que debe establecer el sindicalismo con el mundo de la ciencia y la técnica para esos menesteres”, y en “la relación con el resto de sujetos que vayan en parecida dirección”), y también a Toni por sus estimulantes mediaciones. Contesto sintéticamente por falta (¡ay!) de tiempo, en una cálida mañana dominical de este octubre que parece empeñado en recordarnos la realidad del calentamiento del planeta.

Llevo algún tiempo intentado desarrollar un análisis de la cuestión sostenibilidad/ desarrollo sostenible que parte de las siguientes cuatro premisas (o rasgos básicos de nuestra situación actual):

1. Hemos “llenado” el mundo, saturándolo en términos de espacio ecológico (como nos ha hecho ver el economista ecológico Herman E. Daly desde hace dos decenios).

2. Nuestra tecnosfera está mal diseñada, y por eso –como nos enseñó el biólogo Barry Commoner hace más de treinta años— se halla

“en guerra” con la biosfera.

3. Además, somos terriblemente ineficientes en nuestro uso de las materias primas y la energía (como han mostrado, entre otros, los esposos Lovins y Ernst Ulrich von Weizsäcker en Factor 4).

4. Por último, nuestra poderoso sistema ciencia/ técnica (que ahora podemos cabalmente llamar tecnociencia, tal y como insiste Javier Echevarría) anda demasiado descontrolada.

De cada uno de esos rasgos puede deducirse –en un sentido muy laxo del término deducción— un importante principio para la reconstrucción ecológica de los sistemas humanos, esto es, para

avanzar hacia sociedades ecológicamente sostenibles:

Hemos “llenado” el mundo principio de gestión generalizada de la demanda.


Nuestra tecnosfera está mal diseñada principio de biomímesis o Ecomímesis. Somos terriblemente ineficientes principio de ecoeficiencia. Nuestra poderosa tecnociencia anda demasiado descontrolada principio de precaución.

Ahora surgen dos problemas: (A) Hace falta práctica humana basada en los cuatro principios para avanzar hacia sociedades ecológicamente sostenibles, pero, de los cuatro, sólo el principio de ecoeficiencia encaja de forma más o menos “natural” con la dinámica del capitalismo. Ésa es la razón de que “desarrollo sostenible” –que, como sabemos, es un concepto sobre cuyo contenido existen intensas controversias-- sea entendido por las empresas, y en general por las autoridades públicas, de manera muy reductiva, en términos de ecoeficiencia, y de casi nada más. (B) Esos cuatro principios bastarían –creo— para orientar hacia la pacificación de nuestras relaciones con la naturaleza, pero no para lograr una ciudad humana habitable. Una sociedad podría poner en práctica los cuatro principios, y mantener sin embargo grados extremos de desigualdad social o de opresión sobre las mujeres.

Podrían existir sociedades ecológicamente sustentables que fuesen al mismo tiempo ecofascistas y/o ecomachistas. Conscientes del problema (B), sabemos que, desde la izquierda, tenemos que defender además un fuerte principio de igualdad social (o mejor, la vieja buena tríada de la Gran Revolución de 1789: libertad + igualdad + fraternidad o solidaridad, todos ellos adecuadamente corregidos por la mirada feminista sobre la realidad).

No nos basta con una sociedad ecológicamente sustentable: deseamos una sociedad ecosocialista. (Lo que entiendo por ello comencé a ponerlo por escrito en un libro escrito a medias con Paco Fernández Buey y publicado en 1996, Ni tribunos) Traer a colación la tríada de valores liberté, égalité, fraternité supone reconocer la suprema

importancia de la cuestión de la alteridad: en nuestra relación con el otro se juegan los asuntos ético-políticos más básicos de todos (en ello han insistido con lucidez Emmanuel Levinas y Zygmunt Bauman), sobre todo cuando tenemos presente que no se trata solamente del otro humano, sino también del otro animal.

Conscientes del problema (A), y conscientes al mismo tiempo de que se ha formado un consenso bastante amplio –que incluye a parte de las elites de la economía y la política, y es de alcance mundial— en torno a la idea de desarrollo sostenible (aunque diferentes partes participantes en ese consenso lo interpreten de manera diferente), creo que nuestra actuación en los dos planos que indica José Luis – (a) procesos contractuales, b) intervención favorecedora de medidas legislativas— debe buscar:

1. Aferrarnos a la búsqueda de ecoeficiencia como perro que ha dado con un hueso de jamón, a sabiendas de que es el único terreno donde cabe esperar avances relativamente rápidos, y de que ya está institucionalizado hasta en planes y programas de la envergadura de la Estrategia Europea de Desarrollo Sostenible, e

2. Insistir constantemente en las limitaciones de esa reducción a la ecoeficiencia en la que se encastilla el sistema, y en la necesidad de avanzar intentando materializar los demás principios antes enunciados (sin lo cual seguiremos firmemente encarrilados en un curso de catástrofe): gestión generalizada de la demanda, biomímesis, precaución e igualdad social.

Las preguntas últimas de José Luis son muy difíciles de contestar (y todavía más difícil resulta hacerlo brevemente): “¿De qué modelo está hablando JR? ¿Se trata de avanzar hacia la superación del capitalismo? ¿De ecologizar el capitalismo? En palabras claras: ¿de qué está hablando JR cuando propone el cambio de modelo?” Pero intentaré sugerir algunas cosas. Telegráficamente, mis convicciones son:

1. Hay margen para ecologizar el capitalismo (por la vía de la ecoeficiencia), pero se agotará relativamente pronto, de manera que la “cuestión del sistema” seguirá planteada durante los próximos


decenios, y de manera muy intensa, aunque hoy nos parezca tan alejada de lo políticamente factible.

2. Debemos intentar aprovechar esos márgenes de acción, lo más rápida y vigorosamente posible: tanto porque conseguiremos algunas mejoras socioecológicas reales –que son desesperadamente necesarias--, como para mostrar –por la vía de los hechos—lo limitado de los planteamientos de “reforma interna” del capitalismo.

3. Al final de ese esfuerzo –que puede identificarse con el esfuerzo de llevar a la práctica la Estrategia Europea de Desarrollo Sostenible, por ejemplo, junto con las otras estrategias que de ella se derivan “en cascada” hasta llegar a la Agenda 21 local de la más pequeña aldea— estoy convencido de que nos encontraremos con la “cuestión del sistema” encima de la mesa, y –si hemos sabido realizar durante ese tiempo nuestro trabajo pedagógico y político de “ilustración socioecológica”— con una correlación de fuerzas más favorable para nosotros.

4. Todo hace pensar que, si en algún grupo de naciones del planeta pudiera avanzarse hacia un “ecocapitalismo” en el siglo XXI, éste sería la UE, a tenor de las condiciones culturales, sociales y económicas que hoy prevalecen en los distintos países. (En mi opinión, también sería el lugar donde debería poder desarrollarse un ecosocialismo en los decenios próximos, aunque esto quede más lejos de nuestro horizonte político inmediato.) De manera que quienes hemos nacido por estos lares tenemos una responsabilidad especial.

5. Creo que un ecocapitalismo es a la postre inviable (además de indeseable), e intentaré argumentarlo de nuevo y mejor en un libro en el que estoy trabajando ahora (cuyo título provisional es Ecomímesis: crítica ecosocialista y propuesta de reconstrucción ecológico-social). De manera que sí: la expresión “cambio de modelo” apunta hacia la necesidad de superar el capitalismo y construir una sociedad ecosocialista. En fin, lo que nos enseñó Manuel Sacristán –nuestro pensador ecosocialista más importante-- hace más de un cuarto de siglo...


¿CONTINUAMOS PEGANDO LA HEBRA?

José Luis López Bulla

Queridos cofrades:

Por lo que se ve, hay que arremangarse… Pero, antes de entrar en harina, necesito hacer un par de aclaraciones. Todo empezó cuando mi primo Juanma Tapia (los dos nos intercambiamos papeles y panfletos) me envió tu sugerente trabajo, Jorge. Comoquiera que soy un entrometido, metí el cucharón y, a cosa hecha, me puse a reflexionar improvisadamente sobre dicho documento. En realidad mis notas eran sólamente un acuse de recibo a la gentileza de mi primo. Esta es la primera aclaración. La segunda es: en fin, mi sindicato puede entrar en

una fase de mayor elaboración sobre estos asuntos tan relevantes de civilización ya que tu trabajo, Jorge, sitúa una serie de elementos de gran importancia. Y me alegré porque Comisiones, que ha provocado tantas discontinuidades, parece querer abordar nuevos itinerarios con el conveniente desparpajo histórico que le ha caracterizado. En definitiva, me coloqué ante el estudio (es decir, lo leí) en clave de utilidad para el sindicalismo confederal. Por una razón: el papel de JR se dirige a los órganos de dirección confederales. De donde colijo que JR quiere influir naturalmente (una tarea noble y necesaria) en las prácticas del sindicato. A tal fin, JR estaba obligado a sistematizar toda su literatura e incorporar las aportaciones de la gran cofradía que se preocupa de estos asuntos. O sea, no tenía que, en principio, coartarse en sus reflexiones. Ahora bien, dicho documento no es una reflexión (o no puede ser sólo una reflexión) al margen de los asuntos del sindicato porque está hecho en clave de utilidad al movimiento organizado de los trabajadores y está elaborado desde un instituto del sindicato.

Vale la pena añadir, con cierto desenfado, que Jorge y un servidor tenemos una cierta ventaja: de momento no tenemos por qué tomar en consideración que una vieja conocida, Doña Correlación de Fuerzas, sigue presente, a veces de manera casquivana y antojadiza; y también,

como decía en mi primera carta, para meterse en harina están los doctores de la Iglesia, entre ellos mi primo Juanma Tapia. Es decir, Jorge y un servidor podemos disimular (un poquito, sólamente un poquito) ante los caprichos de aquella dama venerable. Pero no


podemos, de ninguna de las maneras, disimular que estamos hablando de cosas de civilización, desde la óptica del sindicalismo confederal.

Es decir, de un sujeto social que, diariamente, tiene que ajustar las cuentas con las cosas que pasan. ¿Me equivoco si a esto le llamo la fascinación del hecho sindical?

Así es que, según parece, hay que arremangarse. Y, como es gratificante el regusto por la polémica fraternal, sigo el consejo de Toni Doménech acerca de la necesidad de una práctica dialógica entre un reformista (el que suscribe) y Jorge (que, supongo, no lo es, y a mucha honra). Tal vez de este modo podemos hacer ver a ciertos personajes que es posible un debate abierto sin que medien los antiguos cristazos entre el renegado Kaustki y los de la acera de enfrente. O, si se prefiere, entre los eu-tópicos de lo cotidiano y los (indispensables) eu-tópicos de pasado mañana. Una polémica fraterna y sin resabios, pero clara como el agua clara.

Y paso a arremangarme. Jorge, dices que las preguntas que formulo son “difíciles de contestar”. Claro que sí, pero son las preguntas indispensables para saber a qué atenernos. Porque cuando se formula la necesidad de un cambio de modelo lo que no puedo hacer es ignorar en qué tipo de jardín me meto. Porque si estuviera leyendo un documento para otros menesteres (no menos nobles) disimularía un poquito. Pero estamos hablando de cosas que son objeto de las preocupaciones y, sobre todo, de las prácticas del sindicalismo confederal. De ahí que la respuesta no la necesite yo particularmente sino el movimiento de los trabajadores. Que es el sujeto activo a quien se le invita a cruzar el charco. Comparto que la respuesta necesite tiempo, así es que el asunto sigue pendiente.

El documento se dirige a la dirección del sindicato y desde un instituto del sindicato. Mi pregunta es: ¿no hay por ahí algunos pespuntes o pistas sindicales para acompañar el hilo argumental y, de paso, indiciar con ejemplos de qué manera ir cambiando gradualmente las cosas? Por ejemplo, en el mundo de las relaciones industriales hay un ejemplo que, tal vez, hubiera demostrado que JR no es un quimérico soñador. Me refiero a la empresa suiza Rohmer Textil AG que ha puesto en marcha un nuevo estadio de producir, a través de la investigación y una nueva relación con el territorio. Es posible que la aburrida Suiza, después de la invención del reloj de cuco, no haya hecho algo tan novedoso como el carácter de la producción en Rohmer. Y aquí viene otra provocación (en el sentido etimológico de


la palabra, esto es, volver a llamar): ¿hasta qué punto los investigadores sociales y los pensadores, los cercanos al sindicato, están al tanto de las cosas que pasan en los centros de trabajo? Por lo general, algunas publicaciones que tratan sobre el mundo del business ethics (Adela Cortina, García-Marzá, Lozano, Conill y otros) obvian esta experiencia de la empresa suiza y, sin embargo, la responsabilidad social de Rohmer Textil no se limita al conocido vínculo de la empresa con los stakeholders más a mano, sino que le mete mano al modo de producir. Entre paréntesis, la pregunta es: ¿puede ser este modelo de producir, el de Rohmer, un inicio de cambio de modelo? No me digáis que una flor no hace primavera, lo sé perfectamente. Pero ¿vamos bien por ahí, aunque todo lo limitadamente que queráis? Y si vamos una chispa de bien ¿de qué manera dar a conocer, impulsar y favorecer esa miaja de reforma que, al menos en la fábrica, es estructural? Porque no es que vayamos muy sobrados de experiencias de esta envergadura, ¿eh?

En mi primera carta a la cofradía planteaba el problema de cómo incrustar en las negociaciones colectivas el arsenal propositivo de Jorge. Jorge y yo podemos seguir insistiendo en que es cosa de los doctores de la iglesia. Pero ¿hasta qué punto esto no es una picardía?

¿Hasta que punto no es una miajita de desresponsabilización por nuestra parte? Y, para mis adentros, no dejo de preguntarme hasta qué punto no es una inercia de la parcialidad de nuestras lecturas del barbudo de Tréveris. Porque lo cierto es que de nuestro abuelo alemán casi casi nos hemos quedado con una parte de su discurso: la distribución. Y hemos dejado al maestro armero asuntos tan serios como la producción. Bueno, un servidor, al igual que Jorge, necesita un poquito de tiempo para meterme en harina sobre tal cuestión.

Ahora bien, siento dar la tabarra a mis amigos, conocidos y saludados (esta era una expresión del perillán ampurdanés, Josep Pla) con un tema de armas tomar. Supongo que están de mi hasta la coronilla de lo que viene a continuación. Me refiero a lo siguiente: ¿está la cofradía en sus cabales si afirma que el actual modelo de representación en el centro de trabajo es el más conveniente para el cambio de modelo que plantea JR o para asuntos más limitados (reformadores o reformistas, tanto da), al menos en este escenario de la gran cuestión medioambiental? No me digáis latoso pero afirmo que los comités de empresa no son los sujetos útiles para esta operación de ir cambiando gradualmente las cosas. Un asunto con tantas


interdependencias no puede ser gobernado por un sujeto autárquico, desincrustado (en la acepción del maestro Polanyi) como es el comité

de empresa. No es un asunto burocrático sino de saber acomodar el proyecto (reformador o radical, reformista o ecosocialista) al carácter de quien lo va a poner en marcha o a seguir poniéndolo en marcha. En otras palabras, el proyecto no es la propuesta teórica sino ésta inseparablemente unida al tipo de sujeto que la organiza.

Acabo (de momento, acabo) quien no se escapa de concretar un poquito en eso de cómo dar de comer más en concreto es Joaquín Nieto. Porque una cosa es que nosotros, los teólogos, hablemos de ciertas cosas. Pero, los cardenales están para algo más… Los teólogos ponemos la fe, los cardenales deben pasar a las (buenas) obras. Saludos, JL

Jorge Riechmann

Galapagar/ Madrid, 6 de octubre de 2004

Pido excusas (de nuevo) por la brevedad con que apunto cosas que necesitarían desarrollo más largo.

Claro que Rohner Textil, la pequeña empresa suiza de Heerbrug (valle del Rin, cerca del lago Constanza), indica un camino interesantísimo.

Es uno de los ejemplos logrados –y muy publicitados, precisamente porque no hay tantos— de transformación hacia la producción limpia. También nosotros, desde ISTAS (junto con CC.OO./ Aragón) hemos intentado avanzar en esa reflexión y presentar algunos ejemplos estimulantes (La literatura a la que se refiere José Luis sobre “ética de la empresa” es menos útil, en mi opinión, que otros trabajos sobre ecología industrial, química verde, producción limpia, etc.)

Estos casos de producción limpia –como Rohner Textil, el “ecosistema industrial” de Kalundborg en Dinamarca y algunos otros— desbordan el marco de ecoeficiencia dentro del que tiende a


quedar restringido el “capitalismo verde” y desarrollan reformas que incorporan también el principio de ecomímesis o biomímesis al que me referí anteayer , y el principio de precaución.

Así que son “eutopías de lo cotidiano” de lo más recomendable. Sí que “vamos bien por ahí”, rotundamente. Ahora bien, ¿podemos pensar en producción limpia de forma generalizada bajo el capitalismo? En mi opinión no: haría falta un grado tal de coordinación social (no sólo mediante mercado sino también mediante planificación), de vigencia de valores alternativos y de sometimiento de las decisiones de inversión a criterios ajenos a la rentabilidad de los capitales privados, que nos sitúan en otro marco socioeconómico.

Así que vuelvo a insistir en lo del “cambio de modelo”: la sostenibilidad de un sistema (en particular, de la economía española, por ejemplo) no tiene demasiado que ver con las mejoras marginales en su eficiencia (lo cual no quiere decir que no tengamos que perseguir con tesón la ecoeficiencia, por las razones que apunté anteriormente): tiene que ver más bien con su metabolismo básico, con las pautas de intercambio de materia y energía entre el sistema y su entorno. Los ejemplos de Rohner Textil o Kalundborg son esperanzadores porque inciden precisamente en eso: el metabolismo industrial.

Comparto la reflexión sobre la adecuación/ inadecuación de los comités de empresa. Ojalá que los sindicatos europeos pudieran impulsar un poco estas iniciativas de producción limpia, porque de momento la iniciativa está casi por completo en mano de minoritarios sectores “ilustrados” del empresariado, muchas veces forzados por circunstancias más bien excepcionales. JR

José Luis López Bulla

YA SEGUIREMOS HABLANDO…

… porque tengo la impresión de que he irrumpido en tu tiempo de manera bastante impertinente, Jorge. De todas formas me alegro


porque he tenido la oportunidad de cibercharlar con alguien con quien nunca había hablado. Pero antes de dejarte momentáneamente tranquilo quiero hacerte dos precisiones: una, de mi tabarra anterior no se desprende que magnifique la literatura referente a la responsabilidad social de la empresa (tampoco le quito la más mínima importancia, escarmentado como estoy de que el santoral de una parte de la izquierda soltara cuatro imprecaciones contra demasiados investigadores), simplemente relataba de que en un determinado libro encontré una referencia a la Rohmer, y este ejemplo no aparece citado en las homilías del Gotha sindical; otra, cuando tengas más tiempo seguiré insistiendo con mis traviesas preguntas, y comoquiera que nací en el Albaicín (muy cerca del Sacromonte) te diré lo que dicen las gitanas granaínas: “Échame algo, Jorge”.

Hasta la vista, para un servidor ha sido un gran placer. JL